¿Cuántos muertos son tolerables? ¿Cuántos trabajos se pueden perder a cambio de salvar vidas? Preguntas duras y hasta incorrectas, pero son las que se están haciendo en los centros de poder a lo largo del planeta.

Dependiendo de la formación de cada político, entre los que hay muy silvestres como Donald Trump y Jair Bolsonaro, o más sofisticados, como Pedro Sánchez o Emmanuel Macron, pero todos, tarde o temprano, tendrán que contestar a lo que es un siniestro ábaco de la muerte y eventualmente asumir las consecuencias.
Estados Unidos acelerará sus medidas de apertura en las próximas semanas, aunque estén en una de las fases más duras de los contagios.
Trump lo hizo ver cuando dijo que los norteamericanos se tienen que comportar “como guerreros” aunque esto signifique la probabilidad de más muertes.
Su razonamiento se centra en que los 33 millones de personas que perdieron su empleo son un tributo ya demasiado grande al Covid-19 y que más vale encender los motores y reactivar las cadenas de suministro que eviten una recesión todavía más profunda.
Pero en el fondo lo impulsa la ignorancia y los reflejos de populista que percibe que sus posibilidades de reelección se pueden esfumar si las personas no tienen dinero en sus bolsillos y si la situación de alarma se mantiene por más tiempo. Juega con fuego, pero no le importa demasiado.
Es por esto que el director general de Organización Mundial de la Salud (OMS), Tedros Adhanom Ghebreyesus, ha venido insistiendo en que la vuelta a la normalidad se tienen que hacer con planeación y evitando que se desate otra ola de contagios que podrían ser todavía mayores a los actuales.
Este médico etíope sabe que el poder de la OMS es bastante limitado y más aún en un momento en el que La Casa Blanca ha manifestado su franca hostilidad. Esto no se arreglará, porque las diferencias con Tedros vienen desde su propia designación en 2017, cuando resultó respaldado por China y por una alianza de los países africanos.
Pero si esto es un problema delicado en Estados Unidos y en Europa, en otros países puede adquirir el rostro del desastre, México incluido por supuesto.
La tentación de dar por terminado o amainado el problema, aunque esto sea en cierta forma ficticio, es una tentación enorme cuando el dinero es escaso y la gobernabilidad comienza a debilitarse.
Los llamado a recuperar la normalidad irán en aumento y las propuestas de desactivar las restricciones en algunos municipios siguen en pie, aunque el problema de fondo sea que no se tiene claridad sobre la extensión real del Covid-19, ya que se decidió no realizar pruebas masivas.
Lo inquietante, a estas alturas, es que no hay respuestas correctas y que todo lo que se decida tendrá un costo muy alto, en el que lo que se tiene que evaluar es el daño menor.
Y ahí, nos guste o no, la librarán mejor los que hicieron su tarea y comprendieron que se avecinaba un tiempo oscuro y sin contemplaciones.
Julián Andrade
Escritor y periodista.