El PAN no aprende. Durante décadas ha sido señalado como un partido de corte confesional, atado a intereses extranjeros y con motivaciones extremistas, que han alejado a muchos electores, en tanto que ha provocado que desde distintos sectores se le combata, a pesar de los discursos panistas que señalan que son parte del centro político.
Pero son sus propios militantes quienes insisten en llevar al partido en dirección contraria a lo que predican. Al extremo.
El reciente escándalo por la presencia del líder de Vox y la carta que firmó junto a senadores panistas, se suma a una larga lista de episodios que han hecho de Acción Nacional un partido más ligado a la extrema derecha que a las posiciones moderadas que dicen representar.
En este caso, se ve que no se ha aprendido la lección. Desde su fundación, en 1939, al partido lo han atacado con la historia de que tiene raíces nazis. La última versión de este ataque se dio de la mano del caricaturista Rafael Barajas, el Fisgón, quien se basó en una colección de revistas de los años 30 en las cuales colaboraban (alabando al nazismo en aquella época) varios personajes que también militaban en el nuevo partido.
Años más tarde, se corrió la versión de que Acción Nacional era el partido de la jerarquía católica, del empresariado y de intereses extranjeros. Esto último contó con elementos más creíbles provistos por el activismo de quien fuera embajador estadounidense en México, John Gavin, que intentó crear un frente compuestos de empresarios y políticos para enfrentar al PRI de los años 80, acciones que están detalladas en el libro Operación Gavin, de Carlos Ramírez.
Como dijera en cierta ocasión quien fuera diputada federal y miembro en varias ocasiones de la dirigencia panista, María Elena Álvarez de Vicencio, “el PAN ha navegado con la bandera que le han puesto”.
Claro está que para que esta situación se presente, hay un alto grado de participación de los propios panistas, pues, gracias a sus propios errore,s sus adversarios políticos han logrado que la imagen del partido –que debería ser uno de sus activos más cuidados– se deteriore cada vez más.
Ejemplos hay varios. Como cuando salió a la luz, a fines de los años 60, la pugna interna por la propuesta de afiliación a la Democracia Cristiana a nivel internacional, a lo que el dirigente de aquel entonces, Adolfo Christlieb Ibarrola, se negó rotundamente apoyado por el fundador Manuel Gómez Morin.
Esto finalmente se concretó con la llegada de Carlos Castillo Peraza a la presidencia nacional del partido y con el apoyo de quien sería su sucesor en el puesto, Felipe Calderón. De este episodio persistió la imagen de que el partido buscaba ser parte de algo que llevaba el apellido “cristiano”, y que se trataba de un partido confesional.
La más reciente equivocación en este sentido es la invitación al dirigente del partido español Vox, Santiago Abascal, para firmar, por parte de un grupo de senadores azules una carta en contra del avance del comunismo, algo que además de regresarnos a la época de la Guerra Fría, pasa por alto que Vox ha tenido posiciones antiinmigrantes y más cercanas a movimientos de extrema derecha y no al centro político que el PAN dice buscar.
Pero no se puede esperar algo de sentido común e inteligencia para cuidar la imagen del partido de quienes, ante otros eventos adversos (como el video en el que se exhibía a legisladores del blanquiazul conviviendo con mujeres en Villa Balboa en Puerto Vallarta) sólo atinaron a decir que se trataba de una campaña de desprestigio.
Así que, para la segunda fuerza política del país, que tuvo resultados aceptables en la pasada elección y que pudiera ser la opción de cara al 2024, la mala noticia es que pueden volver a fracasar gracias a sus propios militantes, con la mirada complaciente de un López Obrador que agradece estas acciones.
Armando Reyes Vigueras
armando.reyesvigueras@gmail.com
Periodista