¡Ya se van las ánimas –decían los abuelos–, ya se van y hasta dentro de un año, si Dios quiere, podrán regresar a sus casas, a su pueblo!
¡Ya se van las ánimas! ¡Ya se marchan de regreso! Algún día, también nosotros vendremos desde el purgatorio a visitar nuestro amado pueblo, a recoger el polvo de los caminos por donde andábamos, a añorar beber el agua que los pozos de nuestro suelo nos regala, a implorar al cristiano su auxilio para los tormentos. Vendremos a tomar la esencia de ese pib caliente que estará en la mesa de nuestro altar, y a aspirar el dulce olor del chocolate caliente, ya para entonces seremos materialmente un envoltorio de huesos en el osario de un cementerio y seremos algo mucho mejor: seremos el aire de finados.
¡Adiós, adiós, ánimas buenas; no nos olvidaremos de ustedes!
J. I. B. C.
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