martes, enero 21, 2025

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¿Cuándo debe renunciar un político?

Por

Pedro Arturo Aguirre
pedro.arturo@icloud.com

Enormes diferencias prevalecen entre los políticos de democracias avanzadas, capaces de renunciar a sus cargos muchas veces solo por haber incurrido “en pecadillos”, y nuestros próceres nacionales, quienes pueden equivocarse, mentir, robar, extorsionar y hasta matar, pero primero el infierno se congela antes de verlos abandonar el hueso una vez descubiertas sus fechorías y latrocinios. Hace algunos años en mi blog satírico del El Oso Bruno recordaba el curioso caso de Ilka Kanerva, un ministro de Asuntos Exteriores de Finlandia obligado a dimitir por haberle enviado a una stripper amiga suya mensajes con contenido “picaresco”. Comparaba yo entonces el traspié del sicalíptico funcionario finlandés con sucesos nacionales de moda en aquellos entonces como los del inefable “gober precioso”, quien no dejó de mal gobernar Puebla pese a protagonizar uno de los escándalos públicos más bochornosos en la historia de México; Ulises Ruiz quien, como Nerón, se dedicaba a la contemplación mística mientras Oaxaca se incendiaba; aquel célebre alcalde de Monterrey, el de los “quesos” y Molinar Horcasitas, director del IMSS cuando aconteció la tragedia de la guardería ABC. Y así, desde entonces, podríamos seguir con un larguísimo etcétera de funcionarios empeñados a permanecer a ultranza en el candelabro pese a estar moral y políticamente incapacitados para desempeñar una responsabilidad pública hasta llegar al ominoso caso de la juez Yasmín Esquivel.

¿Cuándo debe renunciar un funcionario público? Está semana la primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern, anunció -entre lágrimas- su retiro de la política. Ella se hizo famosa a nivel global por haber sido la jefa de gobierno más joven del mundo cuando fue electa en 2017 a los 37 años. Un año más tarde volvió a ocupar primeras planas al convertirse en la segunda mujer en dar a luz mientras se desempeñaba como primera ministra (la primera fue Benazir Bhutto). Pero su indiscutible salto a la fama y reconocimiento mundial se debió a su impecable gestión durante pandemia de Covid-19. También enfrentó con singular empatía, constancia y sensibilidad tanto la horrible masacre perpetrada por un fanático de ultraderecha en la mezquita de Christchurch como las consecuencias de la erupción del volcán de la isla de White Island. Hoy ella reconoce, con toda honestidad y de manera sorpresiva, no tener “suficiente en el tanque” para desempeñarse otros cuatro años al frente del gobierno neozelandés. Abandona el cargo tras haber levantado de la lona a su partido, el Laborista, con un liderazgo enérgico, competente y dueño de un claro sentido de propósito. Su gobierno estuvo marcado por la tragedia y ese será su legado definitorio. La historia la juzgará de acuerdo con cómo navegó sus crisis.

Sin embargo, en la renuncia de Ardern también hubo cálculo político. Los últimos años fueron difíciles. A la administración del Partido Laborista le reprocha mala gestión de los servicios públicos, incapacidad para controlar la inflación, ineficacia en enfrentar la escasez y encarecimiento de la vivienda, desidia en combatir un incremento de la inseguridad pública y necedad en mantener las políticas de confinamiento ante la pandemia. También se percibe una creciente polarización política. En las encuestas Ardern ha caído del 39 por ciento en noviembre de 2021 al 29 por ciento en noviembre de 2022. Ella ha sido el centro de una insidiosa y agresiva campaña de odio en redes sociales por parte de grupos radicales de derecha y del movimiento antivacunas. Ahora, su renuncia da a los laboristas la oportunidad de remodelarse como partido, aunque no han faltado voces de quienes acusan a la primera ministra de irresponsabilidad y cobardía por dejar colgados a sus correligionarios. Una retirada táctica es una difícil operación. Sucede en batalla cuando un comandante retrocede con sus tropas mientras mantiene el contacto con el enemigo y no es empujado a una retirada precipitada. El desafío es no perder la disciplina durante la operación. Puede ser necesario cuando el enemigo es simplemente demasiado fuerte y un ejército necesita abandonar el campo de batalla para evitar una derrota aplastante, o puede ser simplemente retroceder para llegar a un área más fácil de defender. Algunos ven en la dimisión de Ardern un descabezamiento inoportuno del partido a poco tiempo de ir a las urnas, pero otros ven en ello una oportunidad de renovación.

También hay quienes reprochan, algo veladamente, la supuesta “debilidad femenina” en la renuncia. Es el caso de los tabloides amarillistas británicos, los cuales han destacado con sorna la naturaleza emocional de la renuncia. Describen al detalle la emotiva conferencia de prensa, donde la primera ministra dio a conocer su dimisión conteniendo las lágrimas y pronunciando una declaración conmovedora. Pero con Ardern ha sido todo lo contrario. Su liderazgo, si bien no ha sido perfecto, si se ha caracterizado por ser audaz y resuelto y por neutralizar los estereotipos de un poder femenino suave o débil. La dignidad y la integridad de su partida tocan una nota paradójicamente poderosa, especialmente en un momento donde la transición política en las democracias, desde los Estados Unidos a Brasil, se ha visto empañada por la violencia y la insurrección, y en tiempos de “hombres fuertes” tan impresentables y malos gobernantes como Vladimir Putin, Nicolas Maduro, Jair Bolsonaro, Miguel Díaz Canel y tantísimos otros.

Como lo comentó en una editorial reciente la Harvard Political Review: “A lo largo del siglo XX, las mujeres líderes (Thatcher, Indira, Golda) llegaron al poder proyectando cualidades tradicionalmente masculinas como la belicosidad y la intransigencia para reafirmar su posición. Este paradigma sexista ha sido desafiado este siglo por líderes como la neozelandesa Ardern, la Taiwanesa Tsai y la finlandesa Marin, entre otras gobernantes de la actualidad”. Por eso, más allá de las consideraciones políticas y aunque en la decisión de Ardern sea una actitud astuta ya sea para salvar a su partido o para evitar una derrota personalmente humillante en las próximas elecciones y salvar su reputación política, ella ha mostrado al mundo cómo guiar con intelecto y fuerza y como la empatía, la honestidad, la compasión y la perspicacia son poderosas cualidades de liderazgo.

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