Autor: Ariel Ruiz Mondragón
Hace 10 años tuvimos una conversación con Porfirio Muñoz Ledo acerca de un libro que acababa de publicar, Memoria de la palabra. Sentencias políticas (Debate, 2013), una reunión de frases organizadas de forma temática que resumen, de manera muy apretada e incompleta, parte de las ideas del político mexicano sobre temas como la globalización, la soberanía y la transición democrática mexicana.
Por diversas razones esa conversación se mantuvo inédita hasta ahora, pero el fallecimiento de Muñoz Ledo, uno de los más activos y prominentes políticos del antiguo régimen y de la transición democrática mexicana, hacen muy oportuno recuperar y discutir sus palabras y sus ideas en esta hora del país.
Muñoz Ledo (Ciudad de México, 1933-2023) fue doctor en Ciencia Política y Derecho Constitucional por la Universidad de París, y profesor en universidades como la Nacional Autónoma de México, de París y de Oxford, así como en la Escuela Normal Superior y en El Colegio de México. Como funcionario ocupó diversos cargos, entre los que destacó como titular de las secretarías del Trabajo de Previsión Social y de Educación Pública, mientras que como representante popular fue diputado federal en tres ocasiones, diputado constituyente de la Ciudad de México y senador.
¿Por qué reunir estos textos hoy y publicarlos en un libro?
Es una idea editorial que, en realidad, es intemporal: pude haberla hecho hace 10 años con otros textos de aquella época. Después surgió la oportunidad por una propuesta del editor porque ya tengo un suficiente número de textos: varios libros, muchísimos artículos y que pueden servir al lector como referente.
¿Que encontraron los editores que fuera relevante? Frases (se iba a llamar originalmente “Fraseología”) que sintetizan mi pensamiento sobre distintos temas. Ellos hicieron la selección, yo la acepté, y creo que han tenido éxito.
Algunos lo han llamado diccionario, pero no lo es: es un prontuario. Se puede leer por partes o de corrido, buscando algún tema en específico.
Creo que el debate político es muy precario en México, y que se necesita dejar testimonio del pensamiento. Espero que este libro sea útil para los políticos, los estudiantes y los ciudadanos interesados en la cosa pública en México. Y no será el último, eso se lo aseguro.
Uno de los temas del libro es la globalización, de la que usted dice que no es una ideología sino un proceso real, y destaca que son las grandes corporaciones las que la han aprovechado.
La globalidad es un hecho de la historia que se ha venido dando por tiempos. Primero comento que el mundo se globalizó en 1492 con Cristóbal Colón, cuando todos los continentes y todas las culturas entraron en contacto. Tuvo fines de expansionismo político, de explotación económica de los recursos naturales, fines ideológicos, de evangelización.
También la Revolución francesa fue una forma de globalización de ideas que dio origen a la Revolución industrial, que una más porque se amplió el comercio a escala mundial.
La Segunda Guerra Mundial fue otra forma de globalización, pero lo que ocurre es que la actual globalización es el neoliberalismo, que fue deliberadamente promovida por los grandes centros financieros para someter la economía real a un proyecto.
Esta tiene que ver con el fin de un mundo bipolar en el que había dos ideologías predominantes, y también con la imposición de lo que se llama el “pensamiento único”.
Lo que digo es que esta globalización ha sido altamente favorable a la concentración del capital y ha producido mucho mayor desigualdad de la que había antes. Virtudes las tiene, pero estructuralmente ha sido organizada en favor de los países más poderosos.
Entonces, tenemos que darle la vuelta a la globalización y lo único es el multipolarismo. Los tratados y acuerdos como el Transpacífico revelan intenciones de dominación. No hay que tomar la globalización como ideología; si la tomas como tal, está sujeta al Consenso de Washington.
Hay que tomarla como un actor responsable y manteniendo el interés nacional, como lo hacen los más poderosos.
Usted dice que el neoliberalismo se opone muchas veces a esos tratados y convenciones de la ONU.
Se necesita una nueva organización mundial. No podemos suponer que el grupo de los 20 suplante a la comunidad internacional.
¿Cómo ha cambiado con el proceso globalizador la idea de soberanía?
Se han reducido márgenes de decisión de los países, pero no todos han renunciado a su soberanía, e incluso algunos la han acrecentado. Yo no creo que Estados Unidos haya renunciado a ella, ni los propios pueblos europeos que se han organizado en una unión en la que mantienen sus decisiones nacionales.
Nosotros debemos redefinir el interés nacional, no sólo irnos con esta corriente de pensamiento neoliberal. Desgraciadamente, las tecnocracias internas y grupos políticos que se ven beneficiados por esa globalización la auspician.
Pone usted mucha atención al problema de la soberanía, de la que usted dice que ha sido prácticamente secuestrada. ¿Cuál es la vía para recuperarla?
Una reforma constitucional para crear una política exterior de Estado, en donde se revaloren cuáles son los intereses nacionales y se democratice también el ejercicio de la acción internacional.
Hay que identificar cuál es nuestro interés nacional en cada asunto interno, como hacen los brasileños, por ejemplo, que es un país más o menos de nuestro calado. Ese país no ha firmado ningún tratado de libre comercio de esta generación porque no considera que deba aceptar, por ejemplo, los subsidios agrícolas en los países más poderosos.
Es un problema de actitud: ¿qué nos conviene? Nosotros estamos sometidos por el TLC, por el ASPAN, el TPP y todos estos tratados, a una estrategia que no es la mexicana, e incluso la estrategia de seguridad no es nuestra sino importada.
Frente a la globalización actual, usted destaca valores como el internacionalismo y la supranacionalidad.
El internacionalismo es que todos los actores participen en términos de cooperación horizontal: ciudades con ciudades, sindicatos con sindicatos, universidades con universidades, artistas con artistas, no nada más que sea una globalización financiera y de las comunicaciones.
La supranacionalidad es la formación de bloques de países para defender intereses comunes, como la unidad latinoamericana, la Unión Europea, la comunidad del Pacífico.
También hace algunos apuntes sobre transición democrática mexicana; dice usted que no hay ninguna de ellas que no haya desembocado en una nueva Constitución. ¿Qué pasó en México al respecto?
Se detuvo el proyecto de una nueva Constitución a propósito de la transición: no era sólo una alternancia en el poder, sino que se trataba de que se modificara un régimen político y se sustituyera por otro, como pasó en muchos países del mundo. Todos los países europeos hicieron nuevas constituciones después de la guerra, salvo la Gran Bretaña; todos los países de África lo hicieron después de sus independencias, y todos los países de América Latina tuvieron nuevas constituciones después de que terminaron con las dictaduras.
De alguna manera, al no tener una nueva Constitución se prolongó el antiguo régimen.
¿Qué pasó con el federalismo y el municipio libre en el proceso democratizador?
Antes hubo una concentración gradual de poder en las autoridades federales y los gobiernos de los estados se manejaron como ranchos; a su vez, los gobernadores tuvieron bajo control a los municipios.
Se necesita una revolución federalista en México, no un feudalismo, que es otra cosa. Se requieren un gran depósito de autoridad y de capacidad a los gobiernos de proximidad, que son los municipios, y una reconversión de las facultades de la Federación pero que son de los estados.
No confundamos el feudalismo actual con un federalismo democrático.
¿Cuál es su balance del proceso democratizador del país? En el libro habla de su lucha que emprendió desde 1986, y habla de retrocesos, que el túnel se ve cada vez más oscuro.
Se está viviendo con los desechos del antiguo régimen y una serie de reformas circunstanciales que no han democratizado el poder público. El último informe de Latinobarómetro, en el que se mide la opinión de la población acerca de la democracia, nos da las cifras más bajas de América Latina: 45 por ciento de la población mexicana dice que se puede gobernar sin Congreso y sin partidos, y una abrumadora mayoría manifiesta su insatisfacción con la democracia.
Necesitamos ir a un proceso constituyente que reconstruya las instituciones democráticas.
Es mucho mejor tener un sistema de gobierno en donde haya mayoría y minoría por mandato constitucional, así sea el gobierno de coalición en el que están pensando algunos, que ya es un avance. Debe haber un gobierno investido por el Congreso; al ocurrir eso, ya tiene mayoría y entonces puede gobernar. No tenemos gobierno de mayoría desde que hubo una transición democrática; por eso propusimos un sistema semipresidencial en el que el jefe de Estado sea electo por el sufragio universal, y el de gobierno sea electo por una mayoría del Congreso.