La medición del tiempo es un invento humano para dar sentido a la sucesión de fenómenos naturales como el día, la noche y las estaciones. Como tal, ha sido usado para reforzar los discursos de legitimidad de todo régimen y de esa forma, en una herramienta de dominación. Por ejemplo, los mayas definían una serie de días “propicios” y “funestos” para fomentar la inmovilidad y la fatalidad a través de la repetición. Los días de la semana tienen en español los nombres de dioses romanos y en el inglés son nórdicos.
Incluso los cambios en los nombres o el orden de las estaciones tienen que ver con razones políticas. Los nombres de nuestros meses no corresponden a su orden: diciembre, el décimo mes en la antigüedad, es actualmente el doceavo. La razón: la Iglesia quería definir un nuevo orden sobre la medición del tiempo, mientras definían su era a partir de un año que definieron como del nacimiento de Jesús de Nazaret. Lo mismo intentaron hacer en su momento los revolucionarios de Francia al definir el nuevo orden de años a partir de 1789 y darle un nuevo nombre a los meses para tratar de marcar su legitimidad.
Los husos horarios se inventaron durante el siglo XIX, en el afán de coordinar la medición del tiempo entre ciudades y regiones a partir de la integración a través de las vías del tren y medios de comunicación como el telégrafo. Sin embargo, existen detalles políticos: el Reino Unido tiene un huso distinto al resto de casi toda Europa Occidental y varios países adoptaron un horario distinto al de sus vecinos, incluso intermedio por media hora entre huso y huso.
Si bien México ha aceptado el sistema internacional de husos horarios desde 1921, a partir de 1996 se adoptó el cambio al horario de verano para la zona central de México, aunque en Baja California se aplicaba desde 1976. En su momento el argumento en contra del cambio fue la molestia por sincronizar los relojes con el mismo huso en Estados Unidos. Este descontento lo capitalizó también en su momento Andrés Manuel López Obrador, quien en 2001 pidió eliminarlo bajo el argumento de que era inconstitucional e ilegal.
Para apoyar su campaña, López Obrador aplicó una consulta telefónica a 321,933 personas el 24 y 25 de febrero de 2001; de la cual se arrojó que el 75% de los capitalinos estaban en contra del horario de verano. Al día siguiente el jefe de Gobierno emitió un decreto para reglamentar los husos horarios en la capital de México; el cual ser contraponía al decreto publicado por el presidente Vicente Fox para no excluir al Distrito Federal de la Aplicación del horario de verano.
La disputa llegó hasta la Suprema Corte de Justicia de la Nación, la cual resolvió anular tanto el decreto de Vicente Fox como el de López Obrador, para que el Congreso decidiera en la materia. Poco tiempo después se aprobó la ley que fijó el horario de verano a nivel federal.
Recientemente el Congreso de la Ciudad de México decidió revivir esta controversia, esta vez argumentando que el cambio al horario de verano impacta en la vida y el bienestar de la población, principalmente en personas adultas mayores y niños; por lo que solicitó al gobierno federal dejar sin efecto el decreto en la materia.
Aunque ciertamente el ajuste de horario es molesto por el periodo de adaptación, no queda claro que genere grandes molestias, aparte de las que tendría el ejecutivo durante sus mañaneras en las siguientes dos o tres semanas. En todo caso, hablamos de una reedición de un conflicto viejo, donde la intención huele más a revancha que a otra cosa.
Otra vez, el tiempo es problema político. Lo interesante es que en todos estos años nadie ha sido capaz de atajar efectivamente las siempre predecibles tácticas argumentativas de nuestro hoy gobernante.
Fernando Dworak