Por Adolfo Calderón Sabido
No hay sorpresa en la impunidad. No cuando hemos visto a turistas hacer de Tulum su parque temático privado, a jubilados europeos inflar los precios en Mérida hasta convertirla en un club de retiro inalcanzable para los propios yucatecos, a gringos reclamar las playas como suyas con la misma seguridad con la que sus compatriotas exigen muros en la frontera. La colonización nunca terminó. Solo cambió de estrategia.
¿Se imaginan a un mexicano entrando a un café en Madrid, insultando a la empleada, amenazándola de muerte y diciéndole que quemará el lugar con gente adentro? La policía habría llegado en minutos. Cárcel, deportación, titulares de periódico: “Mexicano violento atemoriza a ciudadanos europeos”. Sería un escándalo, un llamado a reforzar las leyes migratorias, a exigir controles más estrictos, a recordarnos que los latinos somos “invitados” en Europa, siempre bajo sospecha.
¿Y en Estados Unidos? Ni hablar. Ese mismo mexicano, en una cafetería de Los Ángeles o Texas, terminaría esposado en el suelo, con el rostro hundido en el pavimento, si es que tiene suerte. Si no, un disparo justificaría el miedo de su atacante, y las noticias lo llamarían “mexicano con antecedentes de violencia”, aunque su único crimen fuera haber cruzado la frontera en busca de oportunidades.
Pero aquí no. Aquí Joan Serra Montegut puede violentar a una mujer y, en lugar de ser arrestado, recibe la cortesía de una denuncia procesada con la calma burocrática de quien revisa un menú. Aquí, mientras los mexicanos que cruzan la frontera del norte son perseguidos como delincuentes, algunos europeos y estadounidenses llegan a México y se comportan como si fueran dueños de la tierra, sin temor a represalias.
El precio de la hospitalidad
Yucatán no es el primer lugar en el que pasa. Cada día, un extranjero pisa México con la tranquilidad de saber que la ley será más blanda con él que con cualquier local. Cada día, alguien encuentra la forma de justificarlo: “es un caso aislado”, “no todos los extranjeros son así”, “no hay que caer en la xenofobia”. Pero el problema no es la existencia de extranjeros en México; el problema es que ellos juegan con reglas distintas.
A los migrantes centroamericanos se les persigue, se les golpea en las redadas del sur, se les criminaliza en cada frontera. A los mexicanos en el extranjero se les exige que sean ciudadanos modelo, porque un solo error les puede costar la deportación. Pero a ciertos europeos en México se les permite todo. Se les permite explotar, desplazar, humillar, golpear, amenazar.
No es un problema de hospitalidad. Es un problema de sometimiento.