el siglo XXI nos encontramos ante un acontecimiento impensable para la tradicional cultura secular: la repolitización de la religión. Las elecciones de 2018 en México nos muestran la reconfesionalización de la clase política. Los candidatos, especialmente los presidenciables, se muestran conservadores en materia moral y en cierta manera avalan la agenda tradicional de la Iglesia católica. El continuo recurso de apelar a lo religioso de AMLO, tanto en sus discursos como en sus gestos, interpela la relación entre la moral y la política en nuestro país. La irrupción política de grupos pentecostales por conducto del PES nos coloca en el umbral de escenarios inusitados. ¿Se está clericalizando la cultura política en México?
Queda muy lejano el pronóstico secularista de la extinción de la fe religiosa ante el avance de la ciencia y del progreso técnico. Maquiavelo y Rousseau son dos autores distantes en el tiempo; sin embargo, comparten la tesis de que la religión es un ingrediente esencial para la estabilidad de un Estado. Por ello, Rousseau formula en la religión civil, cuya misión principal es fortalecer los lazos de unión cívica entre los individuos, con el fin de brindar un mejor soporte al Estado. La exaltación de la bandera, la Constitución, los héroes patrios, fechas patrióticas, el himno, ceremonias solemnes, etcétera. Son rasgos civiles sustitutivos a la religión tradicional. El concepto de religión civil en Rousseau tiene una función esencial en el contrato social, donde la concebía orientada fundamentalmente a promover la cohesión de la sociedad, fortaleciendo así el espíritu cívico que él consideraba indispensable. El proceso de globalización nos ha mostrado que el mundo está lleno de religiones y que la fuerza cultural y política de éstas es grande en diferentes regiones del planeta. La constitución de las identidades colectivas y la organización de los comportamientos sociales están muy marcados, de alguna forma, por la religión en la mayoría de los países.
El PES, con cerca de 40 lugares probables en el Poder Legislativo, a partir del resultado electoral, nos coloca junto a países como Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Honduras y El Salvador con robustas bancadas evangélicas. Éstas pugnan por colocar en el espacio público, legislativo y político, una agenda conservadora inspirada por Dios sobre la familia, la mujer y contra la igualdad de derechos de las personas LGBTI (lesbianas, gays, bisexuales, transgénero e intersexuales). Por ello los valores morales se politizan. Los valores morales religiosos ante la crisis de legitimidad de la clase política se erigen como alternativos o sustitutivos. Algunos califican esta respiritualización de la política como consecuencia de pérdida de credibilidad de la clase política. La política es concebida como un negocio sucio de la élite, que merece ser condenada por la gran mayoría de la población. Muchos representantes de las iglesias evangélicas, también de la católica, reaccionan con llamamientos o sermones morales. Este acontecimiento plantea desafíos a la laicidad de la democracia y del Estado.
La cuestión central es: ¿son compatibles la democracia laica y la religión en la plaza pública?, ¿se debe expulsar la religión de la vida pública?
Rafael Díaz-Salazar, en su libro Democracia laica y religión pública, presenta dos formas de presencia pública de la religión y de las instituciones eclesiales. La primera busca una normativización moral del Estado y de las leyes, afín a una determinada concepción de las relaciones entre la religión, la moral y el derecho. Constituye, advierte el autor, una modalidad de fundamentalismo ético-religioso con implicaciones políticas heredada de los integrismos tradicionales. La segunda conecta la inspiración religiosa de transformación social presente en las religiones intramundanas (Max Weber) con la producción de ciudadanía políticamente activa y la profundización de la democracia.
¿La religión es una cuestión pública que ha dejado de ser asunto privado? Se presentan conflictos normativos y nuevos debates en torno a la moralidad de iniciativas legislativas y de la política. La irrupción política de los evangélicos en México también abre nuevas preguntas. ¿El fundamentalismo evangélico se aliará con el conservadurismo católico en algunos frentes, como ocurrió en las marchas contra los matrimonios igualitarios en septiembre de 2016? ¿Las minorías evangélicas contra las minorías LGBTI? ¿Se enfrentará el evangelismo fundamentalista con los evangélicos protestantes históricamente laicos y juaristas?
Este 2018 será un año clave para la laicidad y la relación entre el espacio público y las religiones en México.
Bernardo Barranco