El tema de los sindicatos para López Obrador va a ser un problema complejo. A lo largo de muchos años han sido la parte estructural de los gobiernos priistas y, cuando ganó el PAN, se entendieron con Fox y Calderón sin dejar de tener un pie en el tricolor.
Los sindicatos corporativos son los que siguen plenamente vigentes. Tienen miles de agremiados y de alguna u otra forma han conservado su poder, no por ello ajenos a un sinfín de cuestionamientos. En algunos casos los sindicatos se diluyeron, porque la mejor manera que encontraron los trabajadores de resolver sus problemas fue hacerlo directamente con los jefes, con los dueños de las empresas.
La fuerza sindical de los 60 y los 70 se ha ido diluyendo. Los trabajadores quieren salidas fáciles a sus demandas, no quieren largos procesos engorrosos y le han ido huyendo a las direcciones sindicales, que en muchas ocasiones buscan beneficios particulares más que los colectivos.
Decía el sociólogo estadounidense Wright Niels que los líderes de los trabajadores le debían a sus compañeros y compañeras su fuerza y liderazgo, pero que al final de cuentas su permanencia encabezando sindicatos se la debían más a los empresarios y gobiernos, porque era con ellos con quienes acababan arreglándose. Eso ha pasado con muchos líderes sindicales en México, parten de la defensa de sus representados para, al final, tener arreglos que en muchos casos tienen algo de incomprensibles para el grueso de los trabajadores.
Algunos sindicatos sin el poder político cuentan poco o nada, eso lo saben los líderes, pero sobre todo lo saben los trabajadores. Sin embargo, insistimos, algunas áreas son de vital importancia. Enumeramos tres o cuatro sindicatos estratégicos para la vida del país: el petrolero, el minero y el de telefonistas.
López Obrador sabe bien que para los empresarios lo importante es que no haya huelgas. En los últimos años ha habido un control real en este sentido. Muchos emplazamientos y muy pocas huelgas. Hay de dos: o existe una gran capacidad de negociación o en sentido estricto se ha perdido la capacidad de maniobra por parte de los líderes de los trabajadores.
¿Cómo le va a hacer López Obrador para lidiar con el sindicato petrolero, cuando a lo largo de varios años ha sido severo en su análisis sobre él? Lo que viene es seguramente un entendimiento, la cuestión es cómo se va a dar cuando el líder del sindicato petrolero representa, por lo menos en el papel, ideas y principios totalmente contrarios a los del virtual Presidente.
Se van a acabar entendiendo, la pregunta es a qué costo. ¿Realmente López Obrador piensa, como ha insistido, no meterse en la vida sindical? En una sociedad exigente de transparencia poco o nada se sabe de la vida interna de los sindicatos; en muchos casos la constancia ha sido la opacidad y cada vez que se menciona este tema se tocan áreas verdaderamente sensibles de la vida interna de los sindicatos. Es el dinero, son las cuotas, es la relación con las empresas, pero también son los procesos de democracia interna.
Hay que respetar la vida interna de los sindicatos, pero deben ser sujetos al escrutinio público, independientemente de que ya lo sean, en algunos casos, para los trabajadores que los integran.
Veremos cómo se entiende López Obrador con sindicatos tan poderosos y, en algunos casos, tan veleidosos.
RESQUICIOS.
Faltan cuatro días para que terminen los XXIII Juegos Centroamericanos y del Caribe, podría darse un hecho con tintes inéditos. México ganó la primera edición de estos juegos en los 20, los volvió a ganar dos veces con la ausencia de Cuba. Aquí en Barranquilla hoy están todos, y México está cerca de ser campeón con buenos deportistas que nunca se dan por vencidos. Es nuestra región y se están haciendo valer.
Javier Solórzano