Bernardo Barranco V.
Quien piense que la educación debe estar fuera del alcance de la política y de las ideologías, está muy equivocado. Al menos la historia del país así lo señala. La discusión actual por los libros de texto gratuitos (LTG) no es nueva ni es inédita. En el México moderno, la configuración de grupos en el poder ha estado aparejada en la disputa por el control del aparato educativo y de los contenidos de la enseñanza. La razón es obvia: ambicionan irradiar un proyecto de nación. Inculturar a las nuevas generaciones, expandir una visión y una manera de ver la realidad que legitime culturalmente la apuesta del grupo en el poder.
Así entendemos los primeros movimientos políticos de Salinas de Gortari, abril de 1989, para remplazar a un líder histórico del magisterio, Carlos Jonguitud Barrios, por la inefable Elba Esther Gordillo. O en febrero de 2003, la presentación de la Guía de padres, iniciativa encabezada por la esposa del entonces presidente Vicente Fox, la legionaria Marta Sahagún. La guía era una catequesis católica disfrazada.
Estos forcejeos tienen larga data en la historia del país. Recordemos que hasta bien entrado el siglo XX, la Iglesia detentó en monopolio de la educación básica en México. Por ello, la Revolución Mexicana puso especial énfasis en arrebatar dicha prerrogativa. Los constituyentes del 17 formularon el artículo tercero de la Constitución así: Se garantiza el derecho de los mexicanos a recibir educación, la cual tiene que ser laica, gratuita, democrática, nacional y de calidad. Obliga a la Federación, a los estados y a los municipios a impartir la educación primaria, secundaria, media superior y superior. Los obispos y sus poderosas organizaciones de seglares vieron con desconfianza el postulado y la intención de ser desplazados por los gobiernos revolucionarios. Surge entonces, bajo el amparo de la Iglesia católica, La Unión Nacional de Padres de Familia (UNPF), nacida precisamente en 1917, como reacción a la Constitución. El origen de la UNPF es católico. Se inscribe en el catolicismo social que se erige, bajo las consignas de León XII, de forjar una contraofensiva católica que enfrentara una modernidad que aspiraba vivir sin Dios. Para muchos, el movimiento social católico tuvo la aspiración de crear una república cristiana que indujo al levantamiento armado cristero. La guerra cristera (1926-29) fue cruenta, penosa y debilitó los afanes teocráticos de los católicos radicales. Pero la hegemonía de la Iglesia se mantuvo en la educación. Plutarco Elías Calles, jefe máximo de la Revolución, en un discurso llamado Grito de Guadalajara (20/7/34) hizo la advertencia que por encima de cualquier fe o creencia religiosa estaban los ideales de la Revolución. Enérgico, Calles denunció que la escuela no debía ser refugio de los enemigos de la nueva patria, es decir, de los conservadores y clérigos; quitarlos o expulsarlos de las aulas de clase era una prioridad porque le daría a la Revolución el triunfo moral que garantizaría su consolidación. Conviene escucharle: La Revolución no ha terminado. Los eternos enemigos la acechan y tratan de hacer nugatorios sus triunfos. Es necesario que entremos al nuevo periodo de la Revolución, que yo le llamaría el periodo revolucionario sicológico; debemos entrar y apoderarnos de las conciencias de la niñez, de las conciencias de la juventud, porque son y deben pertenecer a la Revolución. No podemos entregar el porvenir de la Patria y el porvenir de la Revolución a las manos enemigas. Con toda maña los reaccionarios dicen, y los clericales dicen que el niño pertenece al hogar y el joven a la familia; esta es una doctrina egoísta porque el niño y el joven pertenecen a la comunidad, pertenecen a la colectividad y es la Revolución la que tiene el deber imprescindible de apoderarse de las conciencias, de desterrar los prejuicios y de formar la nueva alma nacional.
La alta jerarquía católica reaccionó virulentamente. Grupos sociales vinculados a la Iglesia protestaron en Querétaro, Guanajuato, Jalisco, Michoacán, Nayarit, Colima, Morelos y Puebla. Incluso algunos volvieron a llamar a las armas.
El tercer gran episodio de conflicto lo encontramos en 1959, bajo el gobierno de Adolfo López Mateos. La iniciativa novedosa de dotar a los niños mexicanos con libros de texto escolar gratuito, era importante dado el alto crecimiento demográfico. La iniciativa se vio combatida por la UNPF y grupos de la derecha mexicana que veían en ésta una decisión autoritaria al no haber sido tomados en cuenta. Cuestionaron autoritarismos y obligatoriedad, considerados violatorios de los derechos de los padres para elegir el tipo de educación para sus hijos. En el contexto de la guerra fría y del triunfo de la revolución cubana, prosperó el temor anticomunista en esta iniciativa presidencial. En las diversas marchas, especialmente las multitudinarias en Monterrey, aparece la consigna de cristianismo sí, comunismo no.
El actual debate va más allá de lo educativo. Se coloca en el ámbito de lo político. Los partidos de oposición, opinadores, la Iglesia y la derecha aplican un discurso deconstructivo. El objetivo no es la formación educativa de los niños, sino golpetear a la 4T. La motivación de revancha anima a sectores de la Iglesia y de la extrema derecha. La Iglesia ha perdido la hegemonía de ser educadora de la niñez y anhela que no sea el Estado, pues éste impone una verdad oficial por encima de todos los preceptos religiosos y morales de la Iglesia.