Por Carlos De Jesús Cervera Dzul
No bien hubo llegado a Mérida pregunto cuándo es que se había consagrado y ungido la catedral. Como no había constancia de que se hubiera hecho jamás, el nuevo prelado lo haría de solemne pontifical. Así, en el altar del espectacular retablo de Padilla, aún redolente a cedro fresco, alcohol de madera y bola de Armenia, se celebró el solemne ritual de consagración.
En un momento de la ceremonia conmemorado por las doce cruces rojas que aún pueden verse en derredor del perímetro de la nave, el celebrante fue ungiendo las paredes del edificio, una a una en el lugar indicado por las cruces.
Con el pulgar de la mano derecha humedecido en el santo crisma, dijo en el latín del Concilio de Trento: “Santi+ficado y con+sagrado sea este+templo en el nombre del Pa+dre y del Hi+jo y del Espíritu+Santo para gloria de Dios, la Virgen María y todos los santos. La paz sea contigo.”
Tras lo cual dio unos pasos atrás y, tomando el incensario que el turiferario le ofrecía con una inclinación de cabeza, incensó tres veces la cruz. Terminado el ritual, el Obispo, clero y pueblo fiel fueron en procesión a la próxima, adonde se repitió exactamente lo mismo. Era el 12 de diciembre de 1763, un día especial en el calendario de la Catedral de San Ildefonso y del mundo guadalupano. De algo podemos estar ciertos: no fue un día elegido al azar.
06 de noviembre
02:00pm Santa Misa de las Rosas seguido Ceremonia de Bajada de la Santa Imagen Guadalupana y Magna Vaquería Emeritense Peninsular. San Cristóbal.