Entrevista con Ricardo Becerra, primer comisionado para la
reconstrucción de la CDMX tras los sismos de 2017.
A seis años de los sismos -19 de septiembre de 2017- sigue siendo obligado recordar y volver a los hechos que marcaron a la Ciudad. La destrucción provocada por un movimiento telúrico en Oaxaca y días después a 120 kilómetros de la capital volvió a cimbrar a la sociedad mexicana y a sus gobiernos. Como vimos, el último simulacro, sin embargo, ya no convocó a una atención y participación masiva. Se nos está olvidando, otra vez, que aquí volverá a temblar y que no estamos debidamente preparados.
Mes y medio después de la emergencia, en octubre de 2017, Ricardo Becerra fue designado Comisionado para la Reconstrucción de la CDMX y por la fuerza de los hechos se convirtió en uno de los principales testigos de aquel desastre en toda la urbe. Aquí Etcétera ofrece una entrevista para no olvidar.
Pregunta. Para empezar, los hechos, la descripción. ¿Qué fue lo qué pasó áquel 19 de septiembre de 2017 en la Ciudad de México?
R. Una destrucción amplia pero dispersa. Contrario al terremoto de 1985, el del 17 no tuvo una “zona cero”, sino que provocó daños a través de una larga media luna que abrió enormes grietas en Tláhuac y alcanzó a destruir edificios al norte, en la Gustavo A. Madero, pasando por Xochimilco, Iztapalapa, Tlalpan, Coyoacán, Benito Juárez y la Cuauhtémoc. Murieron 228 personas, el 66 por ciento eran mujeres, sobre todo mayores a los 56 años, con ingresos bajos. Se desplomaron 60 edificios y casas y quedaron dañadas otras 52 mil. Fue una ironía cruel que dos horas antes de la sacudida, la Ciudad hubiera realizado un simulacro -perezoso y de rutina- que mostraba cuán poco habíamos aprendido de la devastación de 1985.
P. Fue un daño mayor y había mucho por hacer. Se le acusa a usted de haber dejado su responsabilidad demasiado rápido, casi de manera irresponsable ¿Qué dice al respecto?
R. Tengo que repetir algunas cosas y la primera es, no renuncie por gusto, ni por negligencia, sino porque me cambiaron la jugada desde el Congreso de la Ciudad de México. Acepté ser Comisionado porque teníamos una buena Ley, pero en diciembre, desde el legislativo local, se modificaron en un decreto, los términos en que se atendería a los damnificados y los términos en que se ejercerían los recursos. Todo eso quedaba en manos de los propios diputados. En esas circunstancias la Comisión para la Reconstrucción ya no tenía mucho sentido.
Debo agregar que en los 113 días que duró mi corta gestión visité los 160 puntos más críticos de toda la Ciudad, establecimos formal contacto con más de 70 unidades habitacionales y miles de vecinos; conforme a la Ley, presentamos el primer plan general de reconstrucción en enero de 2018 y entregamos al Gobierno de la Ciudad las cinco prioridades que exigía la reconstrucción en ese momento. No cabía el descanso ni la pausa, pero yo no me presté a la demagogia según la cual, en poco tiempo resolveríamos los casos. El centro de esos 113 días consistió en entregar a los damnificados los dictámenes estructurales de sus viviendas, es decir, el centro de mi atención fue darles certeza jurídica sobre la propiedad y el estado real de las construcciones en las que venían habitando hasta el sismo.
P. La circunstancia política y legislativa ¿modificó en algo después de su renuncia? ¿Cómo cambió el trabajo de la Comisión con su salida?
R. Creo que sí. Los diputados dieron paso atrás en su pretensión y la Comisión pudo recomponerse y trabajar en poco tiempo. Los comisionados que me acompañaron, salvo excepción, ya no regresaron, los perfiles que los sustituyeron fueron otros y otras las prioridades.
A la segunda parte de tu pregunta respondo que, me parece, la Comisión dio un viraje y el programa de reconstrucción fue convertido cada vez más, en un programa de vivienda. No está mal, pero la Ciudad necesitaba más, mucho más. Reforzamiento de escuelas, edificios públicos, infraestructura, por ejemplo.
P. ¿Qué otros errores alcanza a ver en el proceso de reconstrucción?
R. Quiero decir que en diciembre de 2017 la Ciudad dio un gran avance al emitir nuevas reglas, mucho más exigentes, para la construcción de edificios y viviendas, edificios públicos e infraestructura urbana. No obstante, la labor a la que estaba llamada la Comisión y que implicaba una profunda comunicación y cambio mental a favor de la protección y la seguridad humana en la Ciudad, apenas y avanzó. Nuestra cultura de la prevención sigue sin estar a la altura del riesgo sísmico en el que realmente vivimos.
Por otro lado, esa gran labor de ubicar a los miles y miles de edificios que por su construcción o sus arreglos posteriores representan un riesgo mayor, tampoco ha concluido. Son lo que yo llamo “los edificios malditos”, esos que se construyeron de los sesenta hasta los ochenta, pensando en dejar el espacio de la planta baja para los coches, sin fuertes muros de carga y con columnitas muy delgadas para privilegiar al automóvil, esos, deberían ser parte de un programa de revisión y reforzamiento. De paso, mantendrían viva la conciencia del riesgo en que vivimos los de la Ciudad de México.
P. Han vuelto a circular ciertos rumores acerca de un proceso que usted tiene abierto por malos manejos presupuestales…
R. Antes de la pandemia me dedicaron dos primeras planas de periódicos muy importantes que afirmaban que mi nombre aparecía en carpetas de investigación con otros funcionarios que sí eran investigados. En su momento lo aclaré públicamente e incluso la entonces Jefa de Gobierno declaró que en el tiempo de mi gestión no hubo ejercicio de recurso alguno, y tenía razón. La acusación es insostenible con solo mirar las fechas. Desvío de recursos sobre un fideicomiso destinado a obras de reconstrucción que fue integrado el 7 de junio de 2018, pero resulta que yo renuncié a esa Comisión el 15 de febrero de 2018. Cronológicamente, imposible, la acusación no tiene pies ni cabeza.
P. Una última pregunta propiamente política ¿Qué significó el sismo para el gobierno de la Ciudad -el del PRD y el de Morena- para los partidos y qué significó para usted?
R. Una gran pregunta. Así como en 1985 el terremoto dio en alumbramiento a la sociedad civil y expuso la miseria y los miedos del gobierno central (recuerden que había regencia, no gobierno electo en la capital), del mismo modo, en 2017 el sismo volvió a exhibir el divorcio entre gobierno y ciudadanía. Afirmo que la respuesta del gobierno de Mancera ante la emergencia fue rápida y masiva y que no se escatimaron esfuerzos ni recursos, pero esa curva de atención y solidaridad se agotó al cabo de los meses.
La descarnada política de la Ciudad exigía una reconstrucción clientelar (es decir, primero a los míos) aunque los del otro bando la estén pasando peor. Yo me resistí a esa pulsión primitiva y atendí a todos, de todos los partidos por igual y eso es lo que no me perdonan hasta hoy. Mi tarea fue atender a los damnificados y a sus necesidades conforme al tamaño de sus daños y a su condición social y económica, nada más.
La misma medicina la aplicó después el gobierno de Morena. Una reconstrucción clientelar, sin censos, prioridades explícitas, ni reparto equitativo de los recursos. Y si tenías cierto poder político para presionar, ganabas.
De modo que, si en 1985 el terremoto acabó desquebrajando la hegemonía política del PRI en la capital, sostengo que en 2017, un nuevo sismo acabó resquebrajando la hegemonía del PRD. El proceso no comenzó con la sacudida, por supuesto, pero ya no se detuvo tras la aceleración y sacudida de la tierra.