Por Sergio Grosjean
En el presente, caminar por el Paseo de Montejo y encontrarnos con escarpas rotas y secuestradas por diversos negocios que instalan sillas, mesas e incluso construyen sobre ella, así como las ciclovías que hicieron quebrar a muchos negocios y ya ni hablar de su prolongación, me produce desazón, lo mismo que el exceso de decibeles que produce la música de algunos negocios y músicos que tocan la batería en la vía pública, que replican con energía sus tambores y platillos acompañados de estridentes bocinas que apagan el canto de las aves y la calma de los transeúntes.
Me ocurre lo mismo cuando observo el pulular de infinidad de vendedores ambulantes, y ya no solo las llamadas chiapanecas cuya organización ha extendido sus tentáculos por toda la ciudad, sino que ahora otros negociantes de manera irregular y de la misma línea que las anteriores, hasta hace poco recababan firmas para que el Ayuntamiento los legalice, y esto es el primer paso para que en un descuido veamos el lamentable panorama de Chichén Itzá ocupado por miles de mercaderes que distribuyen baratijas asiáticas dentro del sitio arqueológico.

De manera similar a la fábula de las ranas y la olla caliente, nuestro Paseo de Montejo se encuentra en una espiral de la muerte, y cuando se quiera frenar el desorden será imposible, pues a ello hay que agregarle calles infestadas con boyas amarillas, líneas verdes y orejas que solo contribuyen al caos vial; semáforos peatonales confusos e infinidad de trampas que hacen que se encuentre muy alejado de lo que fue hasta hace unos años cuando propios y extraños lo disfrutábamos, y obviamente a años luz de su concepción, por lo que intuyo que el ex gobernador y ex alcalde así como su entonces séquito de aplaudidores desconocen su esencia, y es ahí cuando pienso que el daño que le han causado no es por maldad, sino por simple ignorancia y soberbia.
Narra la crónica que, a iniciativa de los señores Gonzalo Peón, Rafael R. Quintero, Eloy Haro, Fernando Cervera, José Gómez, Gumersindo Caballos y Eulalio Casares, el día 2 de enero de 1888, siendo gobernador del estado el general Guillermo Palomino, reunidos todos en el Salón de Actos Públicos del Instituto Literario del Estado (60 con 57), el ingeniero Rafael R. Quintero expresó que el objeto de la reunión a que había convocado era promover la construcción de un Paseo Público, y que al igual que el Gobierno del Estado y un grupo de particulares, estaban entusiasmados y en la mejor disposición de ayudar en diversas formas para la realización de ese ambicioso proyecto, por lo que se propuso el nombramiento inmediato de una junta directiva.
Finalmente, el gral. ofreció el apoyo oficial, y tres días después, el 5 de enero, reunida la Junta Directiva en el Salón de Actos Públicas del H. Ayuntamiento, la Comisión Topográfica propuso la construcción del Paseo en la calle paralela a la plaza de Santa Ana, que corre de sur a norte, hasta la quinta del señor Eusebio Escalante Bates, que posteriormente perteneció a don Augusto L. Peón.
Sin perder el tiempo, un mes después, el día 5 de febrero inauguraron los trabajos del nuevo paseo el gobernador y el presidente municipal Narciso Souza, acompañados de autoridades y funcionarios públicos civiles y militares, y con la numerosa concurrencia de ciudadanos emocionados, se procedió a la colocación de la primera piedra del nuevo paseo al que se le denominó El Adelantado Montejo.
Sin embargo, a pesar de todo el empuje puesto en ella, la obra no avanzó mucho ya que se paralizaron los trabajos durante 10 años, hasta que en 1898 y con nuevos bríos se volvieron a emprender las labores durante el gobierno del general Francisco Cantón, y luego se continuaron durante la administración de Olegario Molina, aunque durante este último período ya sólo fue para concluir la siembra de árboles y poner el alumbrado eléctrico. Las aceras y las bancas que había en los años cincuenta del siglo pasado se colocaron en la administración del ingeniero Eleuterio Ávila, en 1914.
Durante esas primeras dos décadas, desde su inauguración es cuando se construyen los palacetes o chalet, de los cuales muchos han desaparecido, como por ejemplo en donde hoy se ubica el Banco de México, a un costado del monumento a Felipe Carrillo Puerto, se ubicó el hermoso chalet de la familia Medina, el cual fue derribado para construir esta mole de concreto que no tiene nada que ver con el paisaje visual de entonces.
Transcurridos los años, ya por motivos enteramente políticos, se le cambia el nombre a este entonces majestuoso paseo por el de Nachi Cocom, inaugurado con un monolito que se instaló el 31 de diciembre de 1938; sin embargo, este proyecto no perduró, y el nombre que se le impuso fue olvidado.
Ya en los años ochenta y noventa, la avenida tuvo un destacado auge, y no me dejarán mentir los que lo vivieron esa época, ya que todos los domingos era una verdadera fiesta, pues miles y miles de meridanos convivíamos en sana camaradería, incluso muchos iban a “ligar” o enamorar, como una rememoración del llamado Paseo de las Bonitas o Alameda de Gálvez (calle 65 con 54 y 56), que a finales del siglo XVIII y principios del XIX fue parte intrínseca de la vida social meridana.
Los clubes de autos antiguos y decenas de amantes del motociclismo que se apostaban a un costado de los monumentos, hacían sentir casi como un pecado fallar a la cita dominical para acompañarlos; a tiempo que los jóvenes se reunían alrededor en sus autos a disfrutar del maravilloso clima de la tarde, a chismear para luego tomar un sorbete en la heladería Colón o comprar granizados de “La Reina de Montejo” como preámbulo, y luego cenar hamburguesas de “Bunny Burger” o ir a los famosos tacos de “Leo”, por citar algunos ejemplos.
Finalmente, así como ya se tomó la iniciativa de reparar el “cag4dero” que hicieron los que se fueron en la avenida Internacional, ojalá y la alcaldesa y el gobernador se coordinen y lo hagan a la brevedad posible con tantas avenidas como el Paseo Montejo y la prolongación, y reubiquen las ciclovías para darle seguridad a los 2 ciclistas que las usan a cambio de desquiciar cientos de negocios y quebrar muchísimos, como con los automovilistas que se ven en la necesidad de transitar por allá. Hasta ahora no me explico como esas “orejas” o “jardineras” en el Paseo de Montejo a la altura de los monumentos de Justo Sierra y Felipe Carrillo que solo desquician la vuelta continua con precaución no las quitan. Urge hacerlo. Sergio Grosjean A. 7 de juliio de 2025