domingo, julio 13, 2025

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Cuando llueve… Les sucederá a ustedes como a mí, ¿que cuando llueve se llenan de nostalgia?

Desde San Francisco Campeche
Me ubico casi siempre en el umbral que divide mi niñez de la adolescencia, vivía en el barrio de San Román, cuando veíamos pasar a las golondrinas en un perfecto triangulo por el malecón, sabíamos que iba a llover o vendría un intenso frio húmedo.
El agua potable se ponía fría, a veces, calentaba un poco en un balde pequeño que teníamos en la estufa, para bañarme, para las siete de la noche, mis hermanas y yo hacíamos guardia en la puerta, mientras mi mamá se bañaba, turnándonos para comprarle al panadero, no sé cuántas veces mientras estaba en la cocina, gritaban mis hermanas, “ya pasooooooo” entonces corriendo me ponía mi impermeable de Chetumal, gris ala de mosca y corría bajo la lluvia una cuadra despúes a comprar una barra de francés y una decena de pan dulce sin olvidar los dos laureles que le gustaba a mi mamá.
Recuerdo siempre con admiración a Doña Teté, una señora que vendía tamales colados, los más ricos que he probado, salía junto con su hija adolescente, cuantas veces la escuché pregonar sus tamales con una voz enorme, incluso sin importar la lluvia, iban las dos juntas con sus impermeables, ganándose la vida sin importar el tiempo.
Mi mamá por un tiempo torteaba chocolate y en esos días lluviosos y frescos como hoy, se gastaba su producto y antes de dormir hacia sus cuentas para ir al otro día a comprar cacao a mercado principal.
Si había muchos relámpagos y truenos tapábamos los espejos, desenchufábamos la televisión, la radio consola y ya nadie se podía bañar ni lavar en la batea porque la espuma atrae los rayos.
Nos reuníamos todos en un cuarto o en la sala a acompañar a mi mamá a rezar el rosario de las semillas de Santa Martha para aplacar la tormenta y los truenos, ya despúes alguien contaba que a una señora un día que estaba lloviendo se le apareció un espanto y de ahí en adelante todos tenían una historia similar que contar mientras, yo, aterrado detrás del sofá escuchaba.
Si no pasaba el panadero, aunque sea galletas de soda con mantequilla y queso o simplemente la hacías en trozo y la echabas en tu chocolate hirviendo que habíamos hecho en el molinillo de madera de varios aros para hacer una buena y espesa espuma.
Mis galletas preferidas para pasar una noche lluviosa eran las galletas de animalitos y los bizcochitos, nada de pizzas ni que hamburguesas, era lo que había y era lo que se comía, en mi casa en cuestión de alimentos nunca hubo democracia.
Si mi papá se inspiraba, sacaba del refrigerador desde la tarde, seso de cerdo, lo sancochaba, le ponía después sal, perejil, pimienta molida y algo más que no recuerdo, lo convertía en un paté exquisito, entonces ponía manteca o aceite en una sartén, esperaba que estuviera bien caliente y metía por segundos las galletas de soda y estas quedaban crujientes, se les untaba ese paté y eso era la gloria.
La parte más disfrutable para mí, era la lluvia cuando seguía entrada la noche, escuchar pasar de vez en cuando un coche en el silencio de la noche, haciendo ruido con los charcos de agua era placentero. Nosotros le poníamos tranca a la puerta de la calle, porque cuando llovía en la temporada de nortes, el aire nos empujaba la puerta y ponerla, nos hacía sentir más seguros.
Siempre me he sentido a fin con la noche, con la lluvia, el sonido de los grillos, escuchar a los perros ladrar a lo lejos, el sonido del tren que traía el viento, todo esto, en una provincia segura y disfrutable en esos lejanos años.
Otros tiempos que añoro, cuando llueve.
Martin Antonio Serrano Arroyo

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