Hugo Aboites*
En la Ciudad de México y en otras regiones del país se está incubando un conflicto magisterial de proporciones importantes, que además, en los próximos meses, tendrá su periodo culminante y coincidirá con el año electoral de 2024. Como otros conflictos (piénsese en el que arrancó en 2012 con la Reforma de Peña Nieto), también ahora ya es posible anticipar que habrá problemas aunque, como siempre, en su intensidad y en su curso dependerá de las reacciones u omisiones del gobierno federal y estatales, así como de la SEP. Coincidirá entonces con el ocaso definitivo del actual gobierno y con lo que éste quiera o pueda hacer ya en ese momento. Dependerá, además, de la creatividad y esfuerzo de que pueda hacer acopio una SEP durante años profundamente debilitada y sin mucha iniciativa. En pocas palabras y como lo viven y relatan los maestros y maestras, el problema es el siguiente: en los acuerdos firmados en el Tratado México, Estados Unidos y Canadá (TMEC) se incluyen provisiones respecto de la libertad sindical; cambió la Ley Federal del Trabajo y ésta ahora obliga a los sindicatos a modificar sus estatutos de manera que incluyan claramente las elecciones de dirigencias a través del voto universal, secreto y directo. En el caso del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), sus dirigentes hicieron caso omiso de la exigencia de modificación estatutaria y argumentan que la suplían con un reglamento y un Consejo Electoral evidentemente a modo y con integrantes seleccionados por la dirigencia. Hasta ahí solo sería una penosa muestra de los límites de la ley y la acción gubernamental, si no fuera porque probablemente, estimando que gozaba de una sólida relación con el gobierno federal (por algo se había proclamado como el ejército intelectual de la 4T), comenzó a imponer que se hicieran elecciones sobre todo en las secciones que tenían una dirigencia cercana la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) o que eran parte de ella. Para eso utilizó el mismo método que hoy aplica a la sección novena: publica sorpresivamente el 23 de mayo pasado la convocatoria, pero en ella demanda que el registro de planillas se haga en los siguientes tres días y, evidentemente, a diferencia de las secciones magisteriales en la zona metropolitana, la cúpula ya tenía preparadas dos planillas (para que hubiera libertad de elegir una o la otra). Y así ocurrió en las secciones de la Ciudad de México para la 9 (educación básica), la 10 (personal de secundaria), la 11 (educación física y otros apoyos) y la 60 (IPN). Los profesores y profesoras de la novena intentaron organizar su propia planilla, pero dado el método democrático de elección de representantes en asamblea, no hubo el tiempo necesario para integrar una alternativa y el próximo 14 de junio (día de las votaciones) cualquiera que sea la planilla con más votos ganará la cúpula del SNTE. Es decir, pese a las protestas y reclamos ante la SEP y Gobernación se configura una clara y abierta imposición. Es decir, lo que no pudieron hacer los gobiernos de PRI y PAN, durante décadas ahora el SNTE aparece como capaz de volver al pasado y dar un golpe muy fuerte a una porción mayoritaria del magisterio. Pero, sin duda, habrá resistencia, sobre todo si se tiene en cuenta que secciones del magisterio de Chiapas, Guerrero, Michoacán y Oaxaca a fuerza de movilizaciones pudieron eludir el golpe del SNTE. De ahí que, si los maestros locales deciden luchar, es probable que las otras secciones del país opten por solidarizarse y, por ejemplo, instalen un plantón indefinido en el Zócalo capitalino. Ahí entra de nuevo el papel del gobierno federal y el de la Ciudad de México: si los y las maestras de la verdadera y democrática dirigencia de la novena y otras secciones se resisten a dejar el Zócalo o a entregar los edificios, ¿tomará la ciudad la opción de la fuerza?