Somos muy diferentes a la República Checa, donde más del 90% de los jóvenes entre 16 y 29 años no abrazan ninguna religión formal o mantienen una creencia arraigada en algo concreto. Les pasa algo similar a Estonia, Suecia u Holanda.
En México, el ateísmo apenas rebasa el 4% contra más de un 80% católico y casi un 10% de creencias cristianas protestantes diversas. Seguimos siendo un país religioso y conservador.
La religión en una sociedad marca mucho más allá de una fe, mucho más allá de una simple preferencia por una deidad o deidades específicas; constituye, además, una escala de valores y una guía de principios éticos casi siempre de la mano de paradigmas, de dogmas y de ejemplos incuestionables.
Quizá por eso es que para la mayoría de los mexicanos una Constitución Moral impuesta desde el Estado no les suena repulsivo; quizá por eso es que para la mayoría de los mexicanos hablar de religión desde el gobierno y convocar al diálogo ecuménico no suena chocante.
¡Que los liberales se jodan (nos)!, así de simple, así de fácil. La democracia es de las mayorías y parece que la mayoría es conservadora y no siente la necesidad de propuestas verdaderamente progresistas en la elección mexicana.
Hace unos días, Roger Bartra señalaba sobre los candidatos a la Presidencia de México:
“Soy bastante pesimista en cuanto a que el panorama está dominado por la derecha y eso es algo que me tiene descontento”, afirma.
“Lo que no sabemos es cuál de las tres opciones de derecha va a seguir el país, y eso, como persona de izquierda, me parece lamentable: es lamentable que no haya una opción de izquierda. No la hay. Entonces, habrá que elegir entre tres variantes de la derecha, con algunos toques de izquierda en algunas de ellas. Mi pesimismo es grande”.
por Luis Cárdenas
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