Monseñor Fermín Sosa, es yucateco, mexicano, ha viajo por todo el mundo enviado por la Santa Sede, es poliglota, ciclista, es el segundo nuncio apostólico mexicano nombrado por un Papa, sin miedo al martirio, hoy ha sido enviado a los confines del mundo a cumplir una misión apostólica y misionera.
Mons Fermin impacta con esta declaración: “En Papúa Nueva Guinea una celebración eucarística puede durar 2 horas; mientras nosotros estamos aquí quejándonos y fijándonos en que dura la misa 45 minutos, allí gozan y viven la celebración eucarística”.
– Monseñor Fermín Sosa Rodríguez, gracias por concedernos esta entrevista para Aleteia. Por favor, comparta con nuestros lectores dónde nace usted, dónde vive y dónde vivirá.
Yo nací el 12 de abril de 1968 en la ciudad de Izamal, que está a 75 km de la ciudad de Mérida, en el estado mexicano de Yucatán. Es muy conocida esta ciudad porque se le llama “la ciudad de las tres culturas”. Inició como una ciudad maya, luego fue de los españoles, y finalmente se desarrolló la cultura mestiza.
Es una ciudad muy bonita que visitó Juan Pablo II en 1993. Ahí también hizo una reunión con los indígenas de Latinoamérica porque, al llegar los españoles, se establecen ahí los franciscanos y hacen un gran un convento franciscano, imponente, muy muy bello, que contiene el atrio considerado el segundo más grande del mundo después del Vaticano. Un atrio muy bello, con unas arcadas tipo moriscas, muy bonitas.
Entonces allá nazco, allá vivo unos años de mi infancia, y luego mis papás vienen a Mérida, la ciudad capital de Yucatán. Nos vinimos a vivir aquí por cuestión de trabajo. Viví toda mi formación en Mérida, y también mi formación vocacional, en mi parroquia. Mi parroquia se llama María Inmaculada, y está en el Fraccionamiento Campestre.
Cuando nos fuimos a vivir a esa área, no existía todavía esa parroquia. Yo tenía 7 años cuando se empieza a fundar la parroquia; y yo entró como monaguillo para ayudar al párroco con un grupo de niños que estaban ahí, de los primeros pobladores del fraccionamiento que estaba empezando a construir la parroquia.
De monaguillo paso a formar parte de otros grupos apostólicos que formé con otros compañeros y amigos; teníamos un párroco muy activo también en cuanto a los jóvenes. Después d eque funda la parroquia se levanta rápidamente. Era una persona muy conocida mi párroco, y mucha gente muy generosa fue ayudando para la construcción del templo como tal. Y se levanta y es una parroquia muy fructífera, de ella nacen muchas vocaciones.
Y ahí estoy, envuelto en todo eso, en esa dinámica con los jóvenes, y va naciendo esa inclinación en el corazón de querer ser sacerdote; nunca lo expresé hasta que ya fui llamado para entrar al Seminario; pero durante todo ese tiempo había esa inclinación y ese “gusanito” dentro del corazón.
Entonces yo nunca lo había externado hasta que un día el párroco, a través del vicario, me invita a tomar los cursos vocacionales, los cuales fueron un momento muy interesante de mi vida porque fue un cambio radical: yo estaba estudiando, ya empezando a estudiar la carrera, y pues dejo la carrera para entrenar al Seminario.
– ¿Cuáles considera usted que son las habilidades, los talentos que Dios le ha dado? Vemos por aquí que ustedes es políglota, domina varios idiomas. Háblenos un poco de esos talentos que usted tiene.
Yo creo que a nivel personal uno no sabe cuáles son los talentos que tiene; por eso, en mi mensaje final que di en mi ordenación, una de las cosas que hice fue agradecerle a Dios que vio en mí lo que yo no puedo ver. Muchas veces en los talentos uno dice: “Bueno, ¿qué tipo de talentos puedo tener?”.
De estudiante no es que haya sido una luminaria; me dediqué a los estudios, pero hay mejores estudiantes que yo. Y en cuanto a otras cosas de habilidades, pues también hay mejores que yo, así que no sé por qué el Señor me ha llamado a esto. Y le agradezco.
Por otro lado, sí habló varias lenguas. Estudié inglés en Estados Unidos cuando tenía 16 o 17 años; tuve la posibilidad de ir a estudiar a Estados Unidos y ahí aprendí inglés. Y después las otras lenguas las fui aprendiendo en el servicio: en Costa de Marfil y en Burkina Faso, países donde se habla el francés.
En mi tiempo de preparatoria se enseñaba francés; pero lo estudias más nunca lo practicas, porque en México se practica más el inglés que el francés. Jamás me imaginé que iba a hablarlo mejor, y no solamente a hablarlo sino a vivir en un lugar de habla francesa.
Y también el italiano, pues cuando te envían a estudiar a Italia tienes que dominarlo; además es un idioma que nosotros lo tenemos como primera lengua en las nunciaturas: todo el trabajo que hacemos en la nunciatura, y todo trámite que se hace entre la Santa Sede y las nunciaturas, es en italiano.
Ésas son las oportunidades que Dios me ha dado para poder aprender otros idiomas. Yo espero que en mi servicio ahora me lleven también a un país portugués y me lleven a otros países para aprender idiomas. Estuve en Serbia en mi último nombramiento, y ahí empecé a tomar clases de serbio; aprendí algunas palabras, pero empezamos con la pandemia y ya nos encerraron y ya no tenía yo con quién practicarlo, como debía ser; pero se me quedaron muchas palabras en serbio.
Ya Dios da esas capacidades para poder ir realizando la misión en el lugar que te corresponde.
Por eso digo que, ahora que me pregunta de mis habilidades, a veces no las veo yo. Muchas veces no veo lo que el Señor nos ha regalado, pero que se va dando ya en el trabajo concreto.
– Monseñor, ¿tiene alguna afición: gusto por algún deporte, un arte marcial… o cuál es su hobby, o cómo se distrae?
En el Seminario teníamos nosotros el deporte, que se debía practicar. A mí me gusta caminar, ¡mucho! Y corre me gustaba mucho, pero por los problemas en las rodillas el médico me dice que ya no puedo yo correr; y que también debo tener mucho cuidado con mi peso. Pero me gusta mucho caminar. Me gusta mucho también conocer, y le dedico tiempo a la lectura.
Pero aquí en el Seminario yo hacía mucho, mucho ejercicio: me levantaba a las 5 de la mañana para hacer una hora de correr, y a las 3 de la tarde teníamos deporte obligatorio. En el Seminario de aquí el deporte es obligatorio, y con el calor de Yucatán y bajo el sol tienes que ir a jugar fútbol o básquetbol; había también un pequeño gimnasio, con unas pesas para poder hacer un poco de fitness. Y eso era lo que me gustaba, también el fútbol.
Pero cuando salgo del Seminario y me eligen para poder ir a estudiar a la Academia, ahí te dedicas a estudiar. Ahí, en la Academia, había un pequeño gimnasio también, y con un compañero salíamos también a las 5 de la mañana a correr, para poder mantenernos en el peso, ya que la comida italiana es muy rica pero tiene mucho carbohidrato; así que yo debía equilibrar el peso, porque me encantaba comer.
Es lo que he hecho en todos los lugares donde he estado; no podemos hacer muchos deportes porque el tiempo de la nunciatura es muy exigente. Pero los fines de semana, cuando uno podía, por ejemplo, en Papúa Nueva Guinea, a donde regreso de nuevo, cuando había la posibilidad me iba a jugar golf con los amigos.
Me preguntaban: “¿Tienes tiempo?”; “Sí”; “Pues vamos para que aprendas a jugar golf”. Y unas dos, tres o cuatro veces, con la suerte de principiante, le metías al hoyo a la primera, y todos emocionados, y yo también porque nunca había jugado golf.
Pero el ejercicio que más he practicado es la caminata. Y la bicicleta. Después de Papúa, una de las primeras cosas que hice cuando llegué a Burkina Faso fue comprar mi bicicleta, conocer la ciudad en bicicleta; me gusta convivir, me gusta vivir lo que viven los otros, cómo vive la gente de los mercados, cómo está, y me gusta aprender de eso.
Y también lo primero que hice cuando llegué a Estados Unidos fue conseguir la bicicleta, y lo mínimo en Canadá, y también lo último que hice en Serbia el año pasado fue comprar la bicicleta.
Me gusta conocer caminado y montando en la bicicleta.
– Monseñor, ¿a dónde lo ha enviado Francisco? ¿A qué país? ¿Cuál es el motivo o razón de su envío? ¿Y cuál es el contexto social de ese país, las principales problemáticas?
Después de que terminé mis estudios en la Academia, mi primer nombramiento fue precisamente Papúa Nueva Guinea, un país de misiones hablando a nivel eclesiástico, un país de misiones completamente, donde hay una estructura muy amplia de la Iglesia católica: tiene escuelas, hospitales, clínicas, dispensarios; tiene escuelas técnicas, primarias. Tiene una rama, a nivel de educación y a nivel de salubridad, muy amplia en todo el país.
Es un país que he amado mucho, me ha gustado; tienen una realidad completamente diferente a la que vivimos aquí en México; ciertamente es un país, como el nuestro, plural en culturas: tiene más de 800 tribus con más de 800 lenguas. Y creo que al ser de origen mexicano, donde hemos vivido también esa pluralidad de culturas, pues me ayudado a amarlo mucho, porque uno va amando también las culturas en las cuales va viviendo. Y eso a mí me ha ayudado también a integrarme con ellos; no me gusta quedarme encerrado en la nunciatura, sino ir a convivir con la gente, ir a conocer la cultura, conocer las culturas que tienen, que son muchas, que son variadas. Y también vivir la problemática que viven los cristianos. Ahí no son perseguidos.
Cuando yo llegué había tres realidades: iglesia anglicana, iglesia luterana y la Iglesia católica. Y una de las experiencias bonitas que tuve fue ver esa convivencia que tenían esas tres realidades entre ellas: respeto mutuo, ayuda y convivencia. Para mí fue mi primer “choque eclesiástico”, podemos llamarlo, al haber vivido antes en un país donde algunas religiones se están dando de “batazos” unos con otros.
Ver que se puede convivir, respetando a los demás, para mí fue la primera realidad positiva que tuve a nivel eclesial.
Y a nivel civil es un país que está avanzando poco a poco. Que tiene carencias también, a nivel de estructuras, como otros países, y que se va formando, que se va forjando en el camino.
Hace 14 o 15 años que me salí de ahí, así que ya no conozco la realidad; ha cambiado, son 15 años, ha evolucionado en muchas cosas tecnológicas y de estructura; de turismo, por ejemplo; en mi tiempo no había tanto turismo. Yo puedo juzgar el Papúa Nueva Guinea del pasado, de hace 15 años, pero sería injusto juzgarlo ahora porque la realidad puede haber ya cambiado.
Pero a nivel eclesial puedo decir que todavía hay muchas carencias; hay muchos retos, entre ellos, los Seminarios. Tengo que ver cómo está la realidad actual de los Seminarios, de los seminaristas, de la situación de los sacerdotes, de los obispos también.
Siendo un país en el que hay enfermedades como la malaria, es un reto que hay que enfrentar, y hay que cuidarse. Pero puedo decir que es un país que está yendo adelante, que está avanzando. Y está buscando su vocación dentro de todas las vocaciones de los países del mundo.
– ¿Cómo son los católicos en Papúa Nueva Guinea? ¿ Cómo es la celebración de una Misa? Hemos visto algunos videos de otras regiones de África, y hay mucho folclor, mucho color, muchas danza. ¿Cómo es el católico en este país?
Ahí una celebración eucarística puede durar 2 horas; mientras nosotros estamos aquí quejandonos y fijándonos en que dura 45 minutos la misa, allí gozan y viven la celebración eucarística. Eso es muy rico, hay muchos elementos culturales que se meten dentro de la Misa, y eso hace que también sea más larga; pero eso hace que ellos sientan que es su Misa.
Cada celebración eucarística tiene elementos propios de los lugares donde se incultura la religión. Y Papúa Nueva Guinea no es la excepción. Así que tiene muchos elementos que para una persona que viene y que está acostumbrada a un estilo de celebración, le parecerá una celebración muy larga, llena de cosas no conocidas por nosotros. Por eso, cuando llega un misionero le digo: “Tú no puedes criticar la cultura; tienes que meterte a la cultura para conocerla, para vivirla y para comprenderla. Tú no puedes comprender la cultura desde afuera; tienes que vivirla para comprender por qué hacen eso”.
Ésa es la riqueza de la misión, que cuando uno va a un país no va de espectador sino va como actor; ahí es donde uno va viviendo plenamente esa realidad que te toca vivir, y la vive con entusiasmo, y la vive con plenitud porque la vive en Cristo.
– ¿Qué va a hacer un mexicano en Papúa Nueva Guinea, y sin la comida mexicana?
Cuando estuve allá, ciertamente al inicio sí extrañaba un poco la comida mexicana, sobre todo la yucateca; la comida yucateca es muy variada, tenemos muchos guisos muy ricos. Y cuando venía aquí, subía 5 kilos por toda la comida que comía. Pero, ya después, cuando va pasando el tiempo, vas comprendiendo que tienes que abrirte a otras comidas, a la comida internacional; entonces a donde vas, tienes que estar abierto a la comida que te den y a comprenderla, gustarla, amarla. Y eso es lo que yo he hecho.
Cierto, en Papúa Nueva Guinea tienen algunos alimentos parecidos a nosotros; tienen, por ejemplo, un tipo de puchero, de carne con verduras, y que se parece mucho al nuestro.
Pero, ¿qué voy a hacer ahí? ¿Qué hace un mexicano ahí? Pues representar a Francisco; me está enviando para representarlo y para vivir en unidad con los obispos que están allá, para hacerlo presente en ese país, y crecer juntos , vivir juntos nuestra vocación sacerdotal, la vocación de la Iglesia, con los obispos y con los católicos que están allá. A eso va este mexicano a esas tierras. Y a amar a ese país, amar a esa gente y a comprender sus situaciones y a manifestarles que sólo en Cristo podemos tener una vida plena.
– ¿Usted no le tiene miedo al martirio?
No, porque hay dos cosas que he amado en mi vida sacerdotal y que digo que debemos amar también los que estamos en el servicio diplomático, en esta misión diplomática y también a nivel sacerdotal: una de ellas es amar las misiones. Soy sacerdote, y si no amamos las misiones somos sacerdotes malos; la Iglesia nace misionera y siempre será misionera, porque la evangelización siempre se va a dar en todo momento, en todo lugar y en toda circunstancia.
A mí las misiones me encantan, y una de las cosas que yo puedo presumir de mi Seminario, que en este año cumple 275 años, es que precisamente es un Seminario misionero; recuerdo que todos los fines de semana íbamos a las misiones a las parroquias; no nos íbamos a nuestras casas ni nos quedábamos en el Seminario, sino que nosotros íbamos a las parroquias a estar con la gente: con los adultos, con los niños, con los jóvenes… Aunque sea día y medio, o aunque sea 24 horas. Ahí nos están enviando, y tienes que tomar el autobús, porque no te llevan; y si te tocó viajar 2 horas, pues tienes que estar esas 2 horas con el calor, viviendo eso. Ésas son las misiones, y ésa es la experiencia misionera: estar viviendo tu vocación con la gente.
Y la otra cosa que he amado mucho es la aventura. Si nosotros no somos hombres de aventura, pues vamos a sufrir mucho, vamos a ser gente frustrada. ¿Cuál es el hombre aventurero? El que se tira ya a lo que venga. No sé lo que voy a encontrar allá, pero eso no me interesa, porque ya estoy preparado psicológicamente de que todos van a ser problemas, todos van a ser retos; y los retos, así como en las carreras de obstáculos, tienes que saltarlos, y alguna vez te vas a caer. Son eso: retos, no obstáculos, y los vas a saltar para llegar a la meta.
Los mismo pasa con el sacerdocio y con nuestra misión: debemos estar abiertos a la aventura porque no sabemos lo que hay enfrente. Lo único que sabemos es que enfrente está Cristo, y entonces Cristo es el que nos va a dar la fortaleza y las herramientas para poder sortear esos obstáculos que nos van a llegar enfrente.
Entonces, si nos llega el martirio, nosotros no sabemos. Jamás me imaginé, siendo seminarista, que iba a estar en esos países donde he estado y con la dignidad de arzobispo. ¡Nunca! ¡Nunca me imaginé esto! Porque nosotros no podemos imaginarnos hasta dónde Dios nos puede llevar; lo único que sí vivía en el momento es la disponibilidad del corazón a donde Dios me lleve.
Dios me ha llevado hasta aquí porque siento que yo le dije a Dios: “Señor, si esto es tu voluntad, ¿quién soy yo para decirte que no?”. Y ésa fue la respuesta que le di cuando me invitaron a entrar a los retiros vocacionales.
Cuando me invitan a entrar al Seminario tengo esa inquietud en el corazón, que nunca externé en mi vida. Pero es mi vicario quien me dice: “De parte del párroco, ¿que si siempre sí quieres entrar al Seminario?”. Como que si “siempre quiero”, si nunca he expresado que voy a entrar; ¿de dónde viene esa pregunta? Y entonces recuerdo que entré en la capilla y dije: “Señor, si ésta es tu voluntad, Tú sabes que en el interior siento esto, y tal vez por miedo no lo he externado; pero si ésta es tu voluntad y éste es tu llamado, ¿quién soy y para decirte que no? Tú me vas a dar las fortalezas para poder llegar a terminar el sacerdocio”.
Para mí el sacerdocio era una cosa grande, y le dije: “Tú tienes una cosa grande para mí, no sé qué es, pero ¿quién soy yo para decirte que no?”. Ésa fue mi respuesta. Y es la respuesta que le sigo dando al Señor en cada momento de debilidad, en cada momento que siento que no puedo: “Bueno, Señor, aquí estoy; Tú me has puesto en esto; ¿quién soy yo para decir que no? Aquí está mi disponibilidad. A donde Tú me lleves”.
Si Él me va a llevar al martirio, no lo sé, no sabemos cómo vamos a terminar la vida. Pero Él me está llevando ahorita a Papúa Nueva Guinea. Y ahí voy con todo el corazón y con mis manos puestas en el corazón para hacer la voluntad de Dios. Después me va a enviar a otros lugares, y ahí voy a ir; simplemente le pido al Señor que me dé la salud para ejercer con fidelidad este servicio, esta misión que se me está confiando.
– Monseñor, ¿sabe usted si en la historia ha habido otros nuncios apostólicos mexicanos?
Históricamente sólo ha habido un nuncio apostólico mexicano antes que yo. Fue monseñor Luis Robles; era de Autlán, Jalisco, y sus última nunciaturas fueron en Uganda y Cuba, y después lo mandaron como presidente de la Pontificia Comisión para América Latina. Él falleció en 2007, en Roma, en funciones como presidente de la Comisión.
Y, después de todo ese tiempo, estoy yo. Esperemos que próximamente pueda haber otros detrás de mí, que no seamos los únicos 2, sino que, esperamos en Dios, que, siendo México un país católico y grande, pueda dar otros nuncios apostólicos. Sobre todo porque es un orgullo para la Iglesia local, para la Iglesia nacional. Porque es como un reconocimiento no solamente a mi persona sino también a la nación como tal, a la Iglesia nacional como tal.
– ¿Qué me puede decir de la Virgen de Guadalupe? Dicen que en todo el mundo, en todas partes hay un mexicano, y también la Virgen de Guadalupe está en todas partes. ¿Cómo es la devoción a la Virgen de Guadalupe en Papúa Nueva Guinea? ¿Hay alguna capilla? ¿Se la va a llevar? Cuéntenos un poco al respecto.
Yo a la Virgen de Guadalupe la tengo conmigo y siempre la llevo y la promuevo. Las imágenes de recuerdo que yo di en las invitaciones del servicio diplomático nuestro, a la curia y a nuestros amigos, fue precisamente la imagen de Guadalupe, una imagen muy bonita que ya no pude conseguir en México por el tiempo, así que la mandé reproducir en Serbia. Y siempre tengo una imagen de Guadalupe conmigo, ¡siempre!
Y una de las cosas que a mí me llaman la atención es que he encontrado la imagen de Guadalupe en muchos lugares que he ido, y en Papúa la encontré una vez en una isla perdida, en una capilla. Ahí había una imagen de Guadalupe. Y me llamó mucho la atención, pues estábamos en una de las islas perdidas en el Pacífico, y había una pequeña capilla y un cuadro de la Virgen de Guadalupe. Me dijeron que se debía a un misionero mexicano que estuvo por allá y que la dejó en la iglesia. Y hay cierta devoción a ella. Y también en Port Moresby; recuerdo que cuando fui a la Catedral también había una imagen de la Virgen de Guadalupe.
Entonces la Virgen de Guadalupe está presente, porque donde hay mexicano ahí está la Virgen de Guadalupe.
– Le quiero preguntar sobre su escudo episcopal. ¿Tiene alguno? ¿Va a tenerlo? ¿Cuáles son sus elementos principales?¿Va a tener alguna frase o lema?
Sí, mi escudo episcopal ya lo tengo, ya lo hice desde el momento en que me nombraron.
Yo son un sacerdote que, desde el momento en que me ordenaron, me enviaron fuera de México. Cuando me invita mi arzobispo a pertenecer al cuerpo diplomático, me dice: “Te vas a ir a estudiar a Roma, y vas a trabajar en Roma; pero no vas a ser como los otros sacerdotes. Tú no vas a regresar a México, te vas a quedar a trabajar fuera toda tu vida”.
Entonces es un cambio radical. Yo he trabajado fuera toda mi vida, y siempre me he presentado como mexicano. Ya en los últimos años mi acento yucateco se ha ido perdiendo un poquito, antes era muchísimo más marcado. Y también siempre he sido muy devoto a la ciudad donde nací, Izamal, que es donde me ordené sacerdote. También he sido un sacerdote muy devoto a la Virgen, sobre todo a la Inmaculada Concepción, porque yo nací en Izamal, que está dedicada a la Inmaculada Concepción, y después, cuando llego a Mérida, se funda mi parroquia, con la grata coincidencia, o “Diosidencia” como dice mi arzobispo emérito, de que se llama María Inmaculada.
Esos elementos son los que quise poner en mi escudo.
Tiene cuatro cuadros, y en el primer cuadro puse una pirámide con un sol y una cruz adentro y de color rojo. ¿Por qué puse la pirámide? Porque quise representar mi mexicanidad; y con el sol también.
Pero no solamente el mexicano postcolombino, sino también precolombino; yo quería honrar a los nativos de nuestras tierras. Cómo se funda nuestra tierra. Nuestra tierra es multicultural. ¿La fundan quiénes? Los mayas, los aztecas, los toltecas, los zapotecas… Si uno va a cualquier parte de la república va a encontrar siempre algún vestigio precolombino, un vestigio nativo que nos representa a nosotros porque somos parte de eso.
Por eso puse la pirámide. Y el sol también, porque es muy importante para México: el sol de México, el sol azteca… Hay tantos elementos importantes del sol que nos representan como mexicanos. Así que quise poner estos dos elementos para manifestar mi mexicanidad. Soy mexicano de nacimiento y de orgullo.
Y puse la cruz representando esa parte en que ya llega la evangelización a México. El color rojo también tiene un significado espiritual. Entonces ese primer cuadro lo puse como representando a mi México.
En el segundo cuadro hay una nube con tres gotas y el mar, y está en color azul. La nube con las tres gotas representa mis orígenes en la ciudad de Izamal, que nace como una ciudad maya, nace como una ciudad sagrada, fundada por un sacerdote maya que se llama Zamná; cuando le preguntan a ese sacerdote: “¿Quién se dice usted que es?”, él responde: “Yo soy el rocío que baja del cielo”. Esa frase se quedó muy representativa para Izamal, y cuando se hace el escudo heráldico de Izamal se utiliza la nube con las tres gotas.
Entonces yo tomé este elemento representativo de Izamal como ciudad sagrada donde el rocío del cielo baja. Era un lugar de peregrinación maya, pero cuando se van los mayas se convierte en un lugar de peregrinación religiosa católica; llegan los misioneros franciscanos y construyen ahí un convento magnífico, inmenso y muy bonito, y se queda como un punto de referencia espiritual para nuestra diócesis: es el punto de peregrinación de nuestra arquidiócesis. Entonces quise poner ese elemento que me representa como izamaleño. Y abajo hay unas olas del mar, porque estamos en la península, es todo el mar que rodea la península de Yucatán.
En el tercer elemento, en la parte de abajo de donde está la nube, hay un henequén con piedras; el henequén es un elemento simbólico de los yucatecos; el escudo heráldico de Yucatán también tiene un henequén. Y las piedras representan toda la península calcárea; estamos asentados en una roca muy grande que es la península. Entonces quise incluir esa planta muy representativa que también fue un elemento de mucha prosperidad para Yucatán. Lo quise poner como un elemento muy significativo, y con eso completar mis tres identidades: la mexicana, la izamaleña y la yucateca.
El otro elemento es un monograma general de María, porque yo soy un sacerdote mariano; pero lo quise identificar con algunas especificidades: le puse tres estrellas, y en la parte de abajo le puse la luna. ¿Para mí que representa la estrella de abajo con la luna?, la Inmaculada Concepción; y esas tres estrellas también representan cómo María me ha seguido en mi vocación sacerdotal.
María ha estado en los momentos más importantes de mi vocación sacerdotal. Nací en Izamal, dedicado a la Inmaculada Concepción; después estoy en María Inmaculada, dedicada a la Inmaculada Concepción, y ahí nace, crece y se fortalece mi vocación. Por eso quise identificar con esa estrella y la luna a la Inmaculada Concepción, y ahí abajo también identificar a Izamal. Y la otra estrella identifica a mi parroquia, pues mi parroquia es otro elemento mariano. Es María la que está al lado de mí, viendo crecer mi vocación, que de allá salgo para el Seminario.
Y la otra estrella, que está del otro lado, representa también la Basílica de Guadalupe; ¿por qué?, porque es el lugar donde me ordenaron sacerdote. Yo fui ordenado sacerdote el 12 de julio de 1998, en el marco de la conclusión del Encuentro Internacional de Sacerdotes en vista al Jubileo del Año 2000. Juan Pablo II instituyó cuatro años antes que hubiera encuentros de sacerdotes. Entonces, al finalizar ese encuentro de una semana, hubo ordenaciones sacerdotales, y mi arzobispo me preguntó si quería representar a Yucatán en esas ordenaciones, y acepté con gusto.
Fue el cardenal Darío Castrillón, quien entonces era el prefecto de la Congregación para el Clero, el que me confirió la ordenación.
Por eso esa estrella es otro elemento mariano, en donde María ha estado presente en mi vocación sacerdotal; o sea, mi ordenación fue en un templo mariano.
Así que he querido especificar en este monograma estos tres puntos en los cuales María ha estado presente en mi vida sacerdotal y en mi vocación.
Y hay una explicación espiritual que he querido unir, que es mi lema. Mi lema es: “Todo lo puedo en aquel que me da la fuerza”. Es un lema que he usado siempre desde que soy sacerdote; bueno, no que he usado sino que he vivido: mi vocación ha sido eso, ha sido la gracia de Dios, que ha fortalecido mi vocación en todos estos años.
Entonces el lema es: “Todo lo puedo en aquel que me fortalece”; ¿quién me da la fuerza?, Dios; ¿dónde está representado Dios en mi escudo?, en el sol. Dios siempre viene representado como el sol; y en ese sol está la cruz roja, y está todo en rojo porque Dios, con su amor oblativo, en ese amor oblativo, dando a su Hijo en la cruz, nos da las fuerzas, nos manda al Espíritu, nos da los dones del Espíritu y nos da los sacramentos. ¡En su amor oblativo! Y esos sacramentos y esos dones del Espíritu Santo están reflejados en la pirámide: son 7 escalones de cada lado, 7 dones del Espíritu Santo y 7 sacramentos.
Al ser una pirámide hay como una escalera, un diálogo, una comunicación entre Dios y el hombre. Y está en el color dorado. El color dorado es el color de la pureza porque todo lo que Dios toca lo fortifica, lo santifica y lo vivifica.
Por eso también con el henequén, que es una planta, ahí quise representar, en la parte de la explicación espiritual, a todo lo creado, y por eso está en dorado, y por eso también está rodeado del color rojo del amor oblativo de Dios, que ha santificado a la creación porque la ha tocado. Cristo ha venido y ha puesto los pies en la Tierra, ya está santificado el mundo. Entonces la creación ya está santificada, que representa esta planta, por eso el dorado.
Pero Dios no solamente nos da, a través de estos dones y los sacramentos, las gracias; nos da a través del Espíritu Santo, que se desborda y nos da muchos dones, que eso está representado en la nube con las gotas: la nube con las gotas es el rocío que baja del cielo, esas gracias del Espíritu Santo que se manifiestan y llueven todos los días en cada uno de nosotros en la inmensidad de la humanidad; y esto representa el mar: la inmensidad de la humanidad, en donde caen las gotas. Y todo esto bajo la materna protección espiritual de María.
Ésa es la explicación espiritual que tiene mi escudo, es la catequesis que yo quise hacer porque es la fortaleza que Dios nos da en nuestra vocación para poder ser fieles y para poder seguir nuestra misión. Si no tenemos esa gracia y esa fortaleza, pues nosotros no somos nada, no somos nadie.
– Monseñor, ¿qué se va a llevar en sus maletas?
Me llevo todo el cariño, la estima y las oraciones de la gente. En estos días he sentido la presencia del Espíritu Santo, y cada vez que lo digo me emociono porque he sentido la presencia de toda la gente que me quiere, y aun de gente que no me conoce.
Estoy haciendo las maletas y salgo a comprar unas cosas que me tengo que llevar, y me encuentro gente que no me conoce pero que me reconoce, y me dice: “Padre, estamos rezando por usted y por su ministerio”. ¡Eso ni con Master Card se puede pagar!
Eso es lo que me estoy llevando y lo que me llevo. Y cuando abra mi maleta allá, eso será lo primero que salga, todas esas oraciones que el Señor me ha dado a través de la gente que me quiere y de la gente que ora por mí, aunque no me conoce.
– ¿Cuál es su mensaje final para este México que está envuelto, ensangrentado de tanta violencia, de tanta pobreza; no paran los muertos en carreteras de estados… ¿Qué palabras le deja a sus hermanos mexicanos?
Una de las cosas que siempre debemos tener en cuenta es que solamente Dios nos da la fuerza para seguir adelante; sin Él, como decía, somos nada, y podemos hacer muchas cosas malas.
Entonces hay que vivir plenamente ese amor a Dios. Cuando vivo plenamente mi amor a Dios, entonces viene un cambio a mi corazón. Hay muchas cosas que debemos de cambiar; pero la primera cosa que debemos de cambiar es nuestro corazón.
Que en nuestro corazón haya amor, no odio, no egoísmo. Haya amor, porque solamente habiendo amor es cuando yo puedo darme cuenta del otro, yo puedo darme cuenta del sufrimiento del otro; y, en el sufrimiento del otro, puedo darme cuenta de mi propio sufrimiento. No solamente es verme a mí mismo y verme a un espejo, sino ver al otro conmigo mismo. Solamente así podemos ir cambiando. Todos somos hermanos, ¡todos somos hermanos! Y eso no debemos olvidarlo. No somos enemigos. Muchas veces nos vemos como enemigos o nos vemos como lejanos. Y no. ¡Todos nosotros somos un pueblo! Somos un solo pueblo que, en la pluralidad de ese pueblo, somos hermanos.
Entonces debemos de construir esa hermandad en esa pluralidad. Y para construir eso se necesita respeto. No debemos de polarizar a nuestras comunidades sino que, al contrario, debemos de unir y buscar aquello que nos une para poder vivir ese México.
Nadie va a construir el México que queremos si no somos nosotros. ¡Nadie! Tampoco nadie va a venir de otro país por más culpas que le echemos a todo el mundo; ¡y nadie va a venir a construir el México que queremos si no somos nosotros, y si nosotros no lo hacemos con las nuevas generaciones!
Es allá donde vamos construyendo: en mi casa, en mi comunidad, en mi pueblo. Es allá donde yo voy construyendo en el respeto, en el respeto mutuo; no en el chisme, no en el buscar las envidias. En el alegrarse por el bien del otro, en el alegrarse también que el otro crece. Porque cuando crece el otro, también crezco; y cuando crezco yo, crece también el otro.
No debemos de maldecir sino saber bendecir. Debemos nosotros saber bendecir. Bendecir a mi vecino, bendecir aun a aquel que no me cae bien. Porque en el momento en que nosotros cambiemos esa maldición en bendición, nos van a llegar muchas gracias porque le estamos abriendo a Dios nuestro corazón y estamos abriendo la llave del Espíritu Santo para que nos lleguen bendiciones.
Ése es el mensaje que yo doy, que vivamos plenamente nuestra vocación cristiana, que no tengamos miedo a vivirla, que no tengamos miedo sino, al contrario, que le pidamos la fortaleza al Espíritu Santo para vivirla en las situaciones en las que nos encontremos. Algunas situaciones felices, algunas situaciones difíciles; pero la plenitud de la vocación, del llamado de vivir en Cristo, se vive en cada momento. No se vive aislado, no se vive dentro de la iglesia; se vive fuera. Es allá donde damos testimonio, de que somos seguidores de Cristo, de que somos cristianos. Y es allá donde, también los que no son cristianos pero que creen en Dios, es allá donde damos testimonio de que Dios vive.
El mensaje que quiero dejar a mis hermanos de México es de que vivamos nuestro amor a Cristo a través del amor a los demás, como hermanos.
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