Actualmente, los albergues siguen presentando dificultad para funcionar como espacios de intervención efectiva hacia los menores, por lo que la integración de niñas, niños y adolescentes a una vida en familia queda sin efectuarse, destacó la psicóloga Nelly Ruz Sanguino durante la presentación de la conferencia “Una experiencia en un centro asistencial para infancias sin cuidadores parentales”
Como parte de la Semana de la Justicia Social: Justicia Social y Reconocimiento, organizada por la Facultad de Psicología de la Universidad Autónoma de Yucatán (UADY), la especialista puntualizó que llegó a esta conclusión luego de un estudio realizado en un centro asistencial de la región Sureste, con una población de 250 menores de edad y adultos en situación de discapacidad, y alrededor de 200 empleados.
Reveló que para esta investigación utilizó la Teoría del Reconocimiento de Axel Honneth, que establece el reconocimiento como una actitud de valoración cualitativa que interviene en las relaciones interpersonales; este, dijo, se divide en tres esferas: amor, derecho y solidaridad, que están vinculados con los atributos del menor y van formando su identidad.
Con estos conocimientos, la especialista realizó un análisis del trato que se le daba a los menores que viven en albergues, dividiéndolo en cuatro grupos: de cero a tres años; de tres a seis años; menores en edad escolar y adolescentes.
“En los albergues los niños son estigmatizados, a los de cero a tres años, se les conoce como niños anormales; de los tres a los seis años, los relacionan con la frase pobre niño o es incapaz; en la edad escolar, todo gira alrededor de la palabra problema; y, finalmente, en la adolescencia las palabras son vagos o delincuentes, y en el caso de las mujeres, como seductoras”, detalló.
Respecto a la investigación objeto de la conferencia, precisó que los menores del primer grupo presentaron retrasos en distintas áreas como desarrollo de lenguaje, psicomotor y también plagiocefalia (aplastamiento de cabeza).
En el grupo de tres a seis años, los niños no cuentan con las herramientas necesarias para convivir, además de tener retrasos en el habla, lo cual, puede generar rechazo de sus compañeros, abundó.
En el caso de los menores en edad preescolar, durante su estudio notó que “imperaba la palabra problema en las familias para quienes ya se habían logrado integrar, problemas en el aprendizaje, actitudes o en su salud, lo que tenía dos resultados: había quienes los compadecía, o los castigaban y menospreciaban”.
En el caso de los adolescentes, concluyó, son los más estigmatizados pues algunos trabajadores de los albergues consideran a estos como holgazanes, futuros vagos, desempleados y con un bajo rendimiento escolar, además, a quienes les tocaba atenderlos señalaban que tenían “el trabajo más extenuante y sin garantías”.
“La intervención efectiva es la que procura la pronta integración de las niñas y niños a la vida en familia, sin embargo, no pretendo destacar este como el único espacio para un buen desarrollo, sino hacer énfasis en el potencial que presenta este espacio para el reconocimiento social, cognitivo y amoroso” finalizó.