Por extrañas razones, pero también por arraigos ideológicos e históricamente machistas, el grito de ¡putooooo! de los aficionados, cuando despeja un portero la pelota, se arraigó absurdamente en los estadios.
No queda claro por qué después de tantas exhortaciones los aficionados en México y EU lo siguen haciendo, en el absurdo los asistentes a los estadios conminan a los niños para que también lo hagan.
El asunto combina elementos de desobediencia y el relajo. Se grita una palabra que quizá no le quede claro a los aficionados lo que significa, siendo que es una expresión de abierto desprecio, da la impresión que ronda el relajo por el relajo mismo.
Se grita como parte de la “diversión” sin tener claridad de lo que se expresa, el asunto va más allá de insultar o agredir a un portero cuando despeja la pelota.
Al mismo tiempo, gritar significa paradójicamente ser parte de una comunidad. A los aficionados los une la expresión, los hace sentir parte de un colectivo reunido en un estadio.
A estas alturas las cosas han rebasado los cánones de convivencia. El grito se ha convertido en un lamentable signo de identidad del país y de sus aficionados al futbol; incluso en otros países se ha dado una lamentable réplica, el público ha utilizado el mismo grito en varias ocasiones.
La expresión es, sin lugar a dudas, lamentable desde donde se le vea. Todo indica que su origen fue en un partido en el Estadio Jalisco cuando los aficionados del Atlas querían insultar y agredir al portero que originalmente era de su equipo y que cambió de club.
El “insulto” acabó metiéndose en el ánimo de los aficionados quizá porque lo encontró como una forma de desacreditar, agredir y evidenciar colectivamente a un jugador a través del uso de una palabra que lleva a una interpretación homofóbica, sexista y que termina en un insulto grosero y despreciable.
Lo que empezó como un juego con tintes absurdos en medio del anonimato, hoy está siendo un asunto de un alto costo en todos los sentidos. Uno de los más significativos es que se grite la palabra como si no tuviera una interpretación y un sentido, sin pasar por alto lo que puede significar para una sociedad en la que hacemos de uso “normal” una palabra que tiene una clara connotación homofóbica en tiempos en que estamos luchando colectivamente por transformar muchas cosas, las cuales a lo largo de mucho tiempo han sido sinónimo de desigualdades, discriminación y racismo, en lo cual una pieza fundamental de todo ello ha sido el uso del lenguaje.
Las multas que se han venido pagando por parte de la FMF, las cuales son de muchos, muchos dólares, bien podrían ser usadas para otras cosas antes que estar llenando las millonarias arcas de la FIFA. Podrían, por ejemplo, ser utilizadas para que el futbol en zonas marginales pudiera ofrecer alternativas a los muchos problemas que se viven entre las y los menores de edad.
El futbol es una fiesta que tiene al público como su esencia y eje. Sin el aficionado el juego no tiene sentido, con la pandemia supimos lo que sucede sin público en la tribuna. Los partidos dejaron de sentirse, a pesar de que hayan querido hacernos ver vía doña tele la “importancia” de escuchar los gritos de los jugadores en pleno juego.
El afamado Tri no anda en buenos tiempos. Va a jugar dos partidos sin público debido al grito homofóbico y está la amenaza de que si le seguimos el asunto se pondrá peor.
El riesgo de no ir al mundial es alto. Como anda el Tri calificar a Qatar está en veremos y sin público no hay como intimidar y hasta asustar. No vaya a ser que se vengan nuevos “aztecazos”, lo que sería lo de menos si no aprendemos a erradicar en nuestra vida futbolera y sentido de vida el ¡putoooooo!
RESQUICIOS
Después de escuchar a la Jefa de Gobierno se ve que siguen sin entender el sentido del voto en la CDMX. Si continúan por ahí el futuro les será igual o peor, dejen de menospreciar a los ciudadanos y dejen de sentirse dueños de la verdad absoluta.
Javier Solórzano