viernes, julio 26, 2024

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Abatidos

Me prometo a menudo no volver a escribir sobre la situación política de mi país. Me exilio en narrativas de viaje, o me pierdo por laberintos literarios: no lo hago por miedo, sino por el abatimiento que queda después.

En ello no me obsesiona tener la razón. De hecho, he deseado todo el tiempo estar equivocada.

No odio al presidente López Obrador, ni a los funcionarios de la 4T, no tengo deseos de señalar condenatoriamente a los electores que creyeron en él; tampoco me resulta opción convencer a sus aún devotos de que han suspendido la crítica y con ello, la razón de ser demócratas.

La fe ciega y la complacencia no son de este mundo. Son, en mi opinión, la respuesta fácil de otra forma de abatimiento: la frustración de quien persigue la respuesta mágica o la posibilidad de acomodar la narrativa para seguir creyendo en un futuro perpetuo porque el presente los traiciona: “seguro Dios tiene otros planes y nos pone pruebas, pero al final triunfará el Reino de los Cielos”.

El propio mandatario da señas de un abatimiento al que responde con autoritarismo. Supongo que porque la popularidad no basta y el juego de la democracia y la justicia es bueno solo como teoría o cuando embalsama el sueño de grandeza.

Supongo que el poder sirve para imponer lo que por las buenas no se puede lograr. Su alianza militar, su intento de blindaje a sus proyectos (alegando seguridad nacional) porque no cumplen los requisitos de ley, los abrazos que no detienen balazos, los migrantes que no encuentran cobijo, las vacunas que no alcanzan, los medicamentos que no llegan, los discursos que no resuelven, mientras en la Corte se vive entre campañas.

No cabe duda de que la capacidad mental para ajustar la historia, para apuntalar argumentos, proviene del deseo de no claudicar.

Querámoslo o no todos pertenecemos a una demarcación, y una historia común nos ampara o desampara.

Estamos unidos en el abatimiento del poder que recciona con ceguera y autoridad; hermanados en el ansia de ver resultados, temerosos de perder la libertad, no sólo de expresión.

La prisión es alternativa cuando la venganza es la válvula de escape de ese poder que, chueco o derecho, no logra aterrizar ni concretar un solo proyecto.

¿Qué se hace con el poder atrofiado?

Los poderosos se obsesionan por pedir al tiempo más sexenios para poder seguir inventando una fe sin resultados, con una oposición descontrolada, que deambula como hormigas sin hormiguero.

Esta mañana solo tengo ese abatimiento combativo que rompe su propio pacto para llorar en blanco por un silencio que se expande cada día, mientras crece el cuento que suplanta la realidad, pero no la cura.

Regina Freyman

regina.freyman@itesm.mx

Maestra en Letras Modernas por la Universidad Iberoamericana y profesora del ITESM, campus Toluca

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