El 30 de mayo de 1984, el columnista más influyente de la vida política nacional fue asesinado por la espalda en plena avenida de los Insurgentes. Se trató de un crimen de Estado: el autor intelectual, José Antonio Zorrilla Pérez, era el brazo derecho del entonces secretario de Gobernación, Manuel Bartlett Díaz. El asesino material, Juan Rafael Moro Ávila, había sido escolta del propio Bartlett y formaba parte de una brigada especial de la temible Dirección Federal de Seguridad, DFS, la policía política del régimen.
Aquella tarde, el columnista Manuel Buendía había comido con José Carreño Carlón y Víctor Flores Olea. Regresó a su oficina a alimentar sus archivos y retocar la columna Red Privada que enviaría al periódico Excélsior a la mañana siguiente.
Eran las 18:30 cuando Buendía abandonó el edificio en que se hallaba su despacho y caminó hacia un estacionamiento cercano. Su asistente, Juan Manuel Bautista, que había salido unos segundos después, caminaba a unos metros de él.
Entonces, un hombre fornido se acercó por detrás a Buendía, le jaló la gabardina y abrió fuego cinco veces. Corrió luego hacia una motocicleta que lo esperaba en la esquina de Londres.
A escasos minutos de cometido el crimen, apareció en el lugar de los hechos el director de la Federal de Seguridad, José Antonio Zorrilla Pérez. A dos reporteros de Excélsior les llamó la atención la rapidez con que Zorrilla había aparecido, e hicieron varias veces el recorrido desde Plaza de la República (donde se hallaba el siniestro edificio de la DFS) hasta Insurgentes Centro. No les dieron los minutos. Hacer ese trayecto en medio del tráfico de las 18:30 tomaba algo más.
El periodista Miguel Ángel Granados Chapa recabó información del caso Buendía durante más de 25 años. En un libro que no alcanzó a ver publicado (Buendía. El primer asesinato de la narcopolítica en México), el periodista relata que Zorrilla le había puesto escoltas a Buendía con el pretexto de protegerlo de los malquerientes que la columna le estaba creando día con día entre los petroleros, la ultraderecha, el narcotráfico y la cúpulas de gobierno manchadas por la corrupción.
Lo que hizo en realidad Zorrilla, asegura Granados, fue conocer al dedillo la rutina de Buendía antes de poner en marcha la Operación Noticia.
De acuerdo con Granados Chapa, durante la gestión de José Antonio Zorrilla la Dirección Federal de Seguridad reorientó sus funciones y pasó, del simple espionaje político, al control del tema del narcotráfico. Con Bartlett como secretario de Gobernación, y de la mano de Zorrilla Pérez, la DFS abrió las puertas a la protección de narcotraficantes. Los agentes de esta dependencia se convirtieron en “administradores” del negocio.
Ese fue el papel que jugaron los tristemente célebres comandantes Rafael Chao López, Miguel Aldana y Rafael Aguilar Guajardo.
Tiempo después, tras el asesinato del agente de la DEA Enrique Camarena, Rafael Caro Quintero y sus hombres huyeron del país amparados con credenciales de la DFS que había firmado el propio Zorrilla. La DEA informó al gobierno de Miguel de la Madrid de los malos pasos en que se hallaba el funcionario, pero “Bartlett siempre defendía a Zorrilla”, asegura Granados en su libro.
Los rumores le llegaron también al entonces subsecretario de Gobernación, Jorge Carrillo Olea. Según relató Carrillo en uno de sus libros (México en riesgo), cuando puso a Bartlett al tanto de los hechos éste se negó a escucharlo y le dijo que no fuera crédulo.
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