Es inevitable que el Presidente vaya perdiendo capacidad de maniobra a pesar de su popularidad.
El ejercicio del poder, la afectación de intereses, los problemas en su equipo de trabajo, las filias y fobias existentes, más los diversos frentes que se van abriendo en la gobernabilidad, llevan a que el tabasqueño vaya perdiendo la fuerza que adquirió con su triunfo contundente y legítimo; el tiempo ya es un factor importante.
El reto para un Presidente que concentra de manera contundente el poder está en qué hacer en la segunda etapa de su sexenio, siendo que muchos de los planes que se ha trazado van siendo cada vez más complicados cumplirlos.
El Presidente sabe que no pueden gobernar únicamente bajo la premisa del aquí y ahora. Requiere visualizar el país que quiere dejar, sobre todo por la expectativa que ha creado.
López Obrador no puede dejar de considerar que en menos de tres años estará en medio de un proceso de sucesión que le estará quitando todavía más capacidad de maniobra, tendrá que empezar a hacerse poco a poco a un lado y darle espacios a quien lo sustituya, quien buscará moverse bajo su propia dinámica e intereses y seguramente tratará de tomar distancia con el tabasqueño.
Hoy vemos muy difícil que Morena pierda la Presidencia. Quien gane la Presidencia, por más crédito y reverencia que le conceda al tabasqueño, tendrá que tomar caminos propios.
El tiempo corre y sin dejar de reconocer la importancia de López Obrador en la historia reciente la vida seguirá. Si el mandatario no alcanza a dejar una estructura de gobernabilidad diferente, su gran triunfo y la gran sacudida que ha creado en el país podrían ser anécdota.
Hay cosas que el Presidente no ha querido cambiar en su forma de gobernar, entre ellas está la relación que guarda con quienes piensan de manera diferente. No tiene a estas alturas mucho sentido seguir fustigando a quienes llama sus “adversarios”, estos días ha metido en el paquete a la clase media, porque en el fondo está distrayendo la atención de la sociedad, lo que incluye a sus fieles seguidores, de los grandes problemas nacionales y lo que está haciendo para intentar cambiar las cosas.
A estas alturas de su administración no parece que valga la pena para su gobernabilidad detenerse señalando personajes que en muchos casos no pesan en la vida del país. Lo importante más bien está en que se aboque a los asuntos que cada vez adquieren mayor preocupación y relevancia.
En particular está la inseguridad. Lo sucedido en Reynosa y Salvatierra merecerían una sacudida del Gobierno, empezando por la trascendencia que tiene que civiles sean masacrados en actos que, a decir de especialistas, pudieran caer en terrenos del terrorismo.
Otro de los asuntos en que el Presidente pudiera terminar eventualmente enredado es el de la consulta sobre los expresidentes. No es que no merezcan ser investigadas las gestiones de quienes han sido responsables en diferentes niveles de las actuales condiciones del país, lo que pasa es que la consulta misma está resultando complicada desde la pregunta, pasando por la instrumentación y lo que al final se pudiera hacer con los resultados.
El Presidente sigue teniendo la sartén por el mango. Las elecciones confirmaron el peso de Morena en todo el país, el partido sigue de la mano de la popularidad del Presidente, sin soslayar las dinámicas locales; como sea, es grande la fidelidad al Presidente.
Habrá que ver qué hace López Obrador con ello en los tres años que le quedan, lo que se aprecia es que, a pesar de todo, no se ve que el Presidente vaya a cambiar un ápice su forma de gobernar con todo y que el tiempo, que es su tiempo, ya es un factor.
RESQUICIOS
El drástico cambio en Función Pública es la oportunidad para relanzar la lucha contra la corrupción. Hay pocos resultados y siendo que el tema es fundamental para el Presidente el momento resulta idóneo, podrían empezar por investigar los últimos dos años y medio en la dependencia.
Javier Solórzano