viernes, noviembre 1, 2024

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Las antiguas aguadoras de Yucatán

La historia de la gestión del agua entre los mayas de Yucatán tiene un gran potencial para su abordaje desde las más variadas líneas de investigación, como el de la participación de las mujeres, siguiendo los estudios de género trazados en la agenda de la UNESCO.

Por sí solo, los entornos yucatecos ya son objeto de estudio y permiten comprender los patrones culturales mayas. El Norte peninsular puede definirse como una vertiente hidrológica sin corrientes superficiales, pero con cenotes (socavones o “sinkholes”) pozos naturales dispersos por las planicies kársticas interrumpidas por las elevaciones del Cráter de Chicxulub que en las últimas décadas ha concentrado la atención hasta de agencias espaciales internacionales. El paisaje condicionó la gestión del agua a tal grado que el caso de los mayas resulta ser una anomalía en el paradigma del despotismo hidráulico.

La modalidad de abastecimiento más socorrida fue el acarreo manual que exigió el trabajo de la mujer. Había un tabú que prohibía a las mujeres adentrarse a las profundidades subterráneas como si se pretendiera reducir el vínculo femenino, lo que no impedía que se les arrojara como ofrendas a los cenotes, portales al inframundo o Xibalbáh. Los misioneros persiguieron esas prácticas para salvar almas (y fuerza de trabajo de contribuyentes).

Los antiguos sacrificios de virginales doncellas inspiró hasta al arte contemporáneo, desde películas como La noche de los mayas protagonizada por el yucateco Arturo de Córdova y musicalizada por Silvestre Revueltas o en la literatura, como en “México florido y espinudo” en Confieso que he vivido del chileno Pablo Neruda. Fuera del velo de la mística romántica, los análisis forenses indican que los restos recuperados pertenecieron a individuos de ambos sexos y varias edades, no sólo de doncellas cuya virginidad es prácticamente imposible de inferir.

Al escalar a la superficie de los depósitos de agua, los hombres solían pasar el relevo del acarreo del líquido a las mujeres. Ellas si podía extraer el recurso pero desde pozos verticales por cubetas colgadas de cuerdas, para llenar tinajas de unos diez a quince litros. Luego acomodaban los recipientes enrollando las sogas sobre la cabeza como una prolongación de los tocados de sus largas cabelleras.

La antigüedad de esta forma tradicional de portar el agua está plenamente confirmada en la iconografía de la diosa Ix Chaac Chel, en la que se observa que la soga es una serpiente, viva. Los mayas reconocieron que el trabajo femenino era tan importante como para integrar los rasgos de las aguadoras a la iconografía de una divinidad.

Las aguadoras también acarreaban las tinajas balanceándolas al costado de la cadera, como si cargaran a un bebé en horcajadas a la manera del “hetzmek”, rito maya de iniciación equiparable al bautizo. Los hallazgos de tinajas con restos de neonatos parecen reforzar el vínculo de esos recipientes con el vientre femenino. Por cierto, ellas también manufacturaban las vasijas y otros bienes.

Para concluir, fue gracias a su capacidad de comunicación e intercambio de información que las mujeres convirtieron las fuentes de agua en nodos de interacción e integración social. Al buscar el agua para los alimentos y otras necesidades, ellas tejieron redes entre el exterior con el fuego del hogar (las tres piedras de la creación de su cosmogonía); un microcosmos alrededor del cual forjaron una civilización que, al contrario de lo que se cree, continuó registrando su propia historia como constataron testigos presenciales del siglo XVIII.

* Ricardo Escamilla Peraza es Arqueólogo y Doctor en Historia.

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