La única manera de que el PRI pueda dar un auténtico golpe de timón interno va a ser expiando sus culpas, las cuales son muchas.
El tricolor sigue aletargado y noqueado. Da la impresión de que sigue sin entender lo que pasó y les pasó. Escuchar a algunos priistas, entre ellos a su todavía presidenta, es como si no les hubiera pasado por encima el tsunami.
En medio de la crisis en la que está metido el tricolor, la cual es, al mismo tiempo, de representatividad e identidad, no se ponen de acuerdo poner de acuerdo ni siquiera para elegir a su nuevo Comité Ejecutivo. Traen un relajo, sin percatarse que pudieran estar, sin exagerar, entre la vida y la muerte.
Generacionalmente, el tricolor se ve, y está, estancado. No aparecen nuevas ideas y, sobre todo, nuevas formas de ver al partido. No hay manera de que en el corto plazo pueda haber un cambio, y menos una refundación.
No son para despreciarse los pronósticos que colocan al PRI bajo el alto riesgo de perder las gubernaturas que hoy tiene, así como también perder en algunos estados el registro; ahora sí, directos a la hecatombe.
A los candidatos se les ve estrechamente ligados al pasado que fue castigado. A esto se suma que se les señala en relaciones con políticos que si por algo se les identifica, es por su muy bien ganado descrédito; particularmente en el caso del gobernador de Campeche.
El político del sureste solicitó licencia para intentar ser el presidente del otrora partidazo, es mejor conocido como Alito, y a quien también, de manera insidiosa, lo llaman el Amlito, en referencia a sus presunta relación con ya sabe quién.
Sea Alito o Ivonne Ortega, todo indica que serán los finalistas la tarea va más allá del PRI. La razón es que, decidan lo que decidan al interior, todo indica que el recambio no pasa por quien termine por ganar las elecciones.
El PRI no tiene, por ahora, cómo cambiar la percepción y mirada de los ciudadanos. Se le ve como lo viejo y como lo que ya fue. El triunfo de Peña Nieto fue el regreso, en medio del caos panista, y bajo el supuesto de que “ellos saben cómo hacerlo, y roban, pero reparten”. Entraron al sexenio por la puerta de adelante y terminaron corridos, saliendo por la puerta de atrás con rumbo al desprecio.
¿Hay manera de que esto pudiera ser diferente? No se ve por dónde, pero una confrontación entre tres “distinguidos” priistas les podría dar aire.
¿Hasta dónde va a llegar Emilio Lozoya? ¿Para qué quiere llamar a declarar a Peña Nieto y a Videgaray? Eran sus amigos y, diga lo que diga, formaba parte del equipo de las complicidades y, se presume algo más.
Si Emilio Lozoya tiene información que coloque a sus examigos, que al final sea evidencia de que ellos son los responsables, o corresponsables, las cosas se pueden poner delicadas, inéditas y también muy interesantes. La clave en su afán de “corre por tu vida”, es saber hasta dónde está dispuesto a llegar y, sobre todo, conocer qué tanto sabe. Es para considerar el ofrecimiento del abogado de Lozoya, en el sentido de que se convierta su cliente en “testigo protegido”.
¿Qué tiene que ver el PRI con todo esto? Que ante la posibilidad de que un asunto que rodea y le es particularmente sensible al país, sea resuelto y que alcance a personajes de esta envergadura, entre ellos un expresidente. Al tricolor le podría servir para expiar sus innumerables culpas; al tiempo que le permita limpiar la casa como nunca antes lo ha hecho.
El golpe será sin duda de escándalo, pero da la impresión de que es algo que le vendría bien al PRI. El escándalo le sería un singular aliado.
El otro componente se arma con los nuevos cuadros; y si todavía hay alguien en casa.
RESQUICIOS.
Felipe Calderón, con fama de mecha corta, busca seguir siendo un actor político con presencia nacional. Con motivo del conflicto de la PF, se le ha mencionado en varias ocasiones. Ayer, el Gobierno le hizo uno de los favores que esperaba: lo subió al ring.
Javier Solórzano