Plantar un árbol, escribir un libro y tener un hijo
PREPARADOS PARA EL FINAL
Por Manuel Triay Peniche
Muchas veces he escuchado esa frase que al parecer marca metas para una vida completa y productiva: plantar un árbol, escribir un libro y tener un hijo. Yo lo he hecho en demasía quizá y hoy, cargado de años de lucha, tengo la certeza de que no son una meta; son objetivos sí, pero cambian de significado según el tiempo y el análisis que de ellos querramos hacer.
Quizá el origen de tan popular dicho lo encontremos en el Islam, en los relatos de Mujámmad, un profeta para quien la recompensa de todo trabajo que realiza el ser humano finaliza cuando éste muere, excepto tres cosas: una limosna continua, un saber o un conocimiento beneficioso, y un hijo piadoso que pide por él, cuando éste está en la tumba.
Si admitimos que el dicho tuviera su origen en aquel mensaje del Islam, tendríamos que aceptar esas tres cosas como las que trascienden la vida de una persona; las que le sobreviven y perduran. Sin embargo, me niego a reconocer que la vida termina cuando se consiguen esos objetivos: mi vida comenzó cuando tuve mi primer hijo.
Muchos son quienes, como yo, pensamos que vejez es sentarse a ver transcurrir el tiempo, es mirar atrás sin esperanzas, es sentirse improductivo, cruzarse de brazos, es ponerle fin a nuestra responsabilidad por haber plantado un árbol, haber escrito un libro o tener un hijo, es no comprender que éstos objetivos son sólo un impulso para seguir adelante y cumplir con nuestra tarea.
El Islam, como el catolicismo, nos enseñan con parábolas o metáforas, la meta no es plantar un árbol -mucho se ha dicho al respecto-, sino aprender a vivir con la naturaleza, es cuidarla y protegerla, es una labor diaria de responsabilidad y entrega, es buscar el bien común, aprender a conducirnos en comunidad respetándonos y respetando. Estamos obligados a ser creadores en el más amplio sentido del vocablo.
Un libro, señala autor anónimo, no es otra cosa que una cooperación en la educación colectiva, no es el final, es el principio. Nuestra educación debe ser diaria, aprender de todo y de todos, participar en la enseñanza y el aprendizaje, educarnos y educar siempre. Un libro es dejar huella sí, pero su único mérito es la tarea cumplida.
Lo más preciado que tenemos son nuestros hijos y nuestra obligación consiste en educarlos y formarlos como hombres de bien, en trascender a través de ellos, en inculcarles y heredarles valores, en educarlos con el ejemplo para que nuestra especie continúe y cada vez tengamos un mundo mejor.
No, nadie, a ninguna edad, puede dar por concluida su misión en la Tierra cuando obtiene aquella trilogía. Por el contrario, nuestra vida comienza cuando logramos plantar un árbol, escribir un libro o tener un hijo, porque la naturaleza está en constante evolución y requiere de nuestros cuidados; la enseñanza jamás termina, y nuestra experiencia es vital para nuestros seres queridos.
No te sientes a esperar la muerte, la edad no importa, considera cada día como la mejor época de tu vida, inventa y acepta nuevos retos, la vida es entrega y compromiso, es dar todo lo que tenemos al alcance y para lograrlo sólo se requiere imprimirle amor y pasión.