En Etchohuaquila, un pequeño ejido al sur de Sonora, el legado de Fernando El Toro Valenzuela no solo está tallado en los recuerdos de su pueblo, sino también en el hogar que construyó para su madre, el primer sueño que se propuso al llegar a las Grandes Ligas. “Ellos me enseñaron el respeto a lo que uno quiere. Lo primero que quería hacer cuando comencé a jugar era construirles una casa”, expresó Valenzuela en una entrevista pasada, con la humildad que siempre lo caracterizó. “Mis dos sueños eran construirle una casa a mi mamá y llegar a las Grandes Ligas, en ese orden”.
El Toro, como lo llamaban con cariño, no soñaba desde niño con los escenarios internacionales del béisbol. “Cuando era niño, no había sueños. Uno vive al día, juega y va a la escuela”, recordaba. Fue a los 12 años cuando el joven Fernando decidió que el béisbol sería su camino, paso a paso. Y esos primeros pasos los dio en los campos polvorientos de su natal Etchohuaquila, jugando con sus hermanos mayores. Fue esa experiencia lo que, según Valenzuela, le dio las bases para destacar cuando comenzó a jugar profesionalmente en la Liga Mexicana de Verano a los 16 años.
Este miércoles, La Jornada visitó el poblado de Etchohuaquila, donde un vecino, Marco Martín Álvarez, nos guió por el campo de béisbol local, el mismo donde Valenzuela fue descubierto por Mike Brito, el cazatalentos de los Dodgers de Los Ángeles que cambiaría su vida para siempre. En ese campo, aun se habla de los primeros screwball que lanzaba singular el joven Fernando, una habilidad que más tarde lo llevaría a brillar en las Grandes Ligas y a generar la famosa Fernandomanía que arrasó no solo México, sino el mundo del béisbol.
Laura Elena Anguamea, quien compartió con Valenzuela los años de primaria en la escuela Miguel Hidalgo y Costilla, lo recuerda como un joven serio y reservado, pero apasionado por el béisbol. “Jugaba con las otras escuelas y siempre destacaba”, comenta con nostalgia.
Por su parte, Delfina Valenzuela, esposa de su primer entrenador, guarda con cariño los recuerdos de aquellos días en que Fernando comenzaba a destacar, sin imaginar lo lejos que llegaría. “Ellos vivían en una casa chiquita de adobe, muy humilde. Después el vino a hacerle la casa más grande del pueblo a ay madre”, platicó.
Este martes por la noche, en Los Ángeles, California, el ícono del béisbol mexicano falleció, dejando un legado imborrable. En Hermosillo, el Estadio Fernando Valenzuela, hogar de los Naranjeros, fue escenario de un emotivo minuto de aplausos durante el juego contra los Mayos de Navojoa, equipo donde Fernando jugó sus primeros años como profesional. El homenaje marcó un momento de profunda emoción tanto para jugadores como para aficionados, quienes celebraron la vida y obra del máximo referente del béisbol mexicano.
El gobernador de Sonora, Alfonso Durazo Montaño, lamentó el fallecimiento de Valenzuela, reconociendo su impacto no solo en el deporte, sino en la historia del estado. “Fernando nos hizo llorar de alegría y será para siempre un ejemplo de tenacidad, de esfuerzo, de lucha desde abajo. Procedente de un pequeño ejido de nuestra tierra, llegó hasta las ligas mundiales donde brilló como muy pocos lo han hecho. QEPD”, compartió el gobernador en redes sociales.
Fernando Valenzuela no solo fue el primer mexicano en lanzar un juego sin hit ni carrera en las Grandes Ligas, sino que conquistó los corazones de millones, consolidándose como una de las figuras más importantes del béisbol mundial. Con títulos como el Cy Young y Novato del Año en 1981, su trayectoria fue sinónimo de perseverancia, disciplina y amor por el deporte.
En sus participaciones en la pelota invernal mexicana, jugó con los Mayos, Naranjeros y Águilas, dejando una marca imborrable con un récord de 54-37 y una efectividad de 3.50. Su presencia en tres Series del Caribe, donde registró una impactante efectividad de 1.05, es solo un testimonio más de su maestría en el montículo.
La vida de Fernando Valenzuela es un homenaje a los sueños que se construyen con esfuerzo y dedicación, y su historia sigue viva en Etchohuaquila, en su familia y en los corazones de millones de fanáticos que lo vieron triunfar en los escenarios más grandes del béisbol.
La Jornada