Las lecturas de las elecciones recientes tendrán varias interpretaciones y varias leídas desde varias perspectivas o aristas. Me refiero propiamente a la elección en Yucatán; la que ocurrió en la otra república. La elección nacional es clara y contundente y no hay mayor explicación que el poder del pueblo.
Por acá -en esta parte de la península que lleva por eslogan “la tierra del Mayab” pero en la praxis ha sido la tierra de hacendados esclavistas que pensaron que el derecho de los descendientes yucatecos terminaba justo en la frontera en donde empezaba su soberana y separatista voluntad- las cosas no estaban tan fáciles como acudir a una urna y votar a libertad.
El pueblo yucateco primeramente tuvo que sacudirse de la espalda la herencia de sentirse y creerse esclavos, sumisos siempre a la voluntad de los patrones burgueses y su descendencia; los señoritos blancos que sentían la responsabilidad y tarea de la estirpe feudal y mantener a respiro la casta divina.
Leer “herencia” puede sonar romántico o puede leerse como una simple comparación genética de secuencia, no obstante “cargar una herencia” se vuelve más complejo, máxime cuando se ignora la carga.
El pueblo yucateco ha cargado por varias generaciones con el sometimiento voluntario, con, “el patrón tiene razón” y hasta con el aspiracionismo de “cómo me gustaría ser como los hijos del patrón”
Esto ha logrado un condicionamiento impuesto a toda una colectividad que la ciencia estudia cómo ALIENACIÓN; un pariente cercano de la Enajenación: “Una condición en donde el hombre no se experimenta a sí mismo como el factor activo en su captación del mundo, sino que el mundo (su entorno social) permanece ajeno a él” -Según una de las versiones más acertadas del filósofo Carlos Marx.
Las recientes elecciones en esta parte de la república con su pequeño universo geopolítico, literalmente se salió del orden y del control genético.
Lo que en apariencia era un evento de rutina en donde la idiosincrasia cede a una dádiva, un bien en efectivo o una promesa de hielo, entró en la mayor de su resistencia para causar un motín al bastión prianista que cambiaba de capitán pero no de mañas.
Habrá quien desee minimizar el impacto aludiendo que el candidato déspota y soberbio fue uno de los causales en esta rebelión, pero, minimizar la voluntad de un pueblo sería tan ridículo como desconocer la evolución de las conciencias de las comunidades, según o de acuerdo a las necesidades de su medio político, económico y social; su entorno.
La primera lectura de esta colisión podría ser un tanto poética no por ello menos válida,
Tal vez el sur se cansó de vivir en la profundidad,
tal vez el pueblo quiso averiguar a qué sabe la libertad o,
tal vez la herencia tuvo también,
tiempo de caducidad.
Joaquín Díaz Mena es por hoy la culminación del último eslabón de una secuencia ininterrumpida y el principio de una nueva generación, una que al menos se le olvidó por un día a qué sabe el miedo y a qué la dominación.
Solo el tiempo decidirá si el nuevo gobernador electo tendrá la suficiente capacidad para entender su responsabilidad en esta nueva historia del pueblo e interpretar su nueva realidad. De él y del equipo que arme dependerá si valió la pena pausar la herencia o solo fue una temporada de secuencia con un rostro y un color distinto.
¡Muchas felicidades al pueblo por esta hazaña y felicidades al nuevo gobernador!