viernes, julio 26, 2024

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El periodismo y la propaganda

Alguna vez Katharine Graham, la dueña de The Washington Post, le dijo al editor, Ben Bradlee:

–Lo que pido es que no me sorprendan con una llamada de La Casa Blanca, en la que no sepa de qué se trata. Usted sabrá que es lo que tiene que compartir.

Un sencillo acuerdo que propició una de las relaciones empresariales y periodísticas más exitosas de la historia.

Muchos intereses son los que rondan a los medios de comunicación y en el modelo con el que funcionan es dónde se hace la diferencia y se construyen proyectos con grados de independencia adecuados y que funcionen a sus empresas, pero sobre todo a sus audiencias, lectores y periodistas.

Las relaciones con el poder político siempre son un hueso rudo de roer, porque es ahí donde se condensan buena parte los conflictos, roces y problemas.

El periodismo no es objetivo, pero se tiene que realizar con el profesionalismo adecuado, presentando las informaciones con el cuidado debido y sin faltar a la verdad de manera deliberada.

Si los diarios deciden asumir una postura política, de apoyo o de condena a un proyecto determinado, debieran decirlo con claridad a los lectores. Es más, lo hacen con frecuencia y los lectores lo saben.

La clave de la perdurabilidad de cualquier publicación es precisamente la de crear una tradición, una costumbre que se transforme inclusive en complicidad con sus lectores.

En el pasado algunos partido políticos tuvieron su periódico. El PRI imprimía, de modo cotidiano, La República; el Partido Comunista Mexicano, Oposición; el PSUM el Así Es y el PMS, La Unidad.
En el PAN, el semanario La Nación ha sido central en la historia partidaria y un referente de discusiones de importancia. Morena hizo de Regeneración, su publicación de cabecera.

En Francia, el periódico del Partido Comunista Francés, tuvo, en L’ Humanité, un referente de muchas de sus batallas.

Pero esto es muy distinto al periodismo tradicional, donde pueden existir afinidades, pero no propaganda, porque se pierde credibilidad.

El Nacional fungió como un diario de gobierno y se hicieron esfuerzos importantes para transformarlo en una empresa de Estado. Eso ya no se pudo, porque los diputados, decidieron desaparecerlo en 1998. Un error que significó que lo echaran en falta, porque nunca está de más un medio público bien realizado y con altos niveles de confiabilidad.

Lo que no puede ser, es que se pretenda, como se hace desde el gobierno federal, que los medios de comunicación se conviertan solo en replicadores y aplaudidores de las aspiraciones del grupo en el poder.

Eso es otra cosa, y debiera estar acotada a las publicaciones de Morena y de sus grupos afines, donde tiene todo el derecho de hacer propaganda y ya los lectores serán los que determinen si ello les convence.

Julián Andrade

Escritor y periodista.

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