La oprobiosa invasión de Ucrania ha traído una injustificada rusofobia. Curiosamente, lo que percibimos como ruso puede ser ucraniano. En Moscú, los turistas disfrutan como atracciones “locales” el baile de los cosacos y el “pollo a la Kiev”; la literatura rusa no sería la misma sin Chéjov o Gógol, y la política soviética fue redefinida por Jrushchov, todos ellos ucranianos.
En 1986, durante la catástrofe de Chernóbil, yo tomaba un curso de traducción en Múnich. Temíamos que el viento soplara hacia Occidente, trayendo una nube radiactiva. Esta alarma tenía consecuencias ideológicas; diversos medios recelaban de la cercanía con la Ucrania soviética. Más de treinta años después, nuevos comentaristas sostienen que Ucrania siempre fue vista como parte de Europa.
La historia del mundo es la historia de sus confusiones y nadie las expresa mejor que un ucraniano que también fue ruso: Nikolái Gógol. Nacido en 1809, el autor de Las almas muertas vivió para irse. A los 18 años, en su primer poema, Hans Kuchelgarten, preguntaba: “¿Debo permanecer espiritualmente aquí?”.
Gógol escribió como un huérfano en tierra extraña. Esta condición marginal le permitió captar las costumbres de un modo peculiar. Sus primeros relatos tratan de brujas y duendes ucranianos, y su novela Taras Bulba se ocupa de los cosacos del siglo XVI que combatieron contra los tártaros, los turcos y los polacos. De acuerdo con Gógol, el orgullo de los guerreros rusos se forjó en las estepas ucranianas. En vísperas del combate, el protagonista exclama: “¡Que a cada uno de vosotros os conceda Dios una muerte como la mía! ¡Sea eterna la gloria de la tierra rusa!”. Para su desgracia, Andrés, su hijo favorito, se enamora de una polaca y cambia de bando: “¿Quién dijo que Ucrania es mi patria?”, pregunta.
La obra entera de Gógol es una lección de extranjería. En San Petersburgo continuó la exploración del “alma rusa”, iniciada en su tierra natal, con el anhelo de quien habla desde una carencia.
En 1833, el zar Nicolás I extremó la represión bajo el lema de “Ortodoxia, Autocracia, Nación” (digno de tiranos posteriores, de Stalin a Putin). En cierta forma, Gógol sorteó la censura gracias a un malentendido. Puso en labios de Taras Bulba exaltados elogios a la iglesia ortodoxa y a la tradición eslava: “¡Amar así sólo puede hacerlo el alma rusa!”, y el cosaco fue visto como un patriota, a pesar de su sed de sangre y su pasión por las orgías.
En Las almas muertas, Gógol no fue menos crítico con la Rusia del siglo XIX. El protagonista es un pícaro que compra siervos que ya fallecieron, pero por los que aún se pagan impuestos que él puede recaudar. Retrato de la inoperante burocracia zarista y las vulgares aspiraciones de los terratenientes, la novela tuvo un éxito que asustó al autor. Gógol había cortejado la fama, pero cuando la obtuvo, sintió que lo hacía a costa de su país. ¡El heraldo del alma rusa se había burlado de ella! Escribió una segunda parte para enmendarse, que quedó inconclusa, y partió a nuevo exilio en Italia, donde escribió Roma, novela inacabada sobre un príncipe italiano que fracasa al buscar su esencia en París. Todas las patrias decepcionan a Gógol y en todas busca la belleza y el sentido de pertenencia.
El maestro del escape escribió en Las almas muertas: “¿Qué cosa atrayente y portentosa hay en la palabra camino? La misma palabra nos llama, nos lleva. ¡Y qué maravilloso es el propio camino!”. No es casual que en la última página el protagonista viaje sin parar en una carreta: “¿Y tú, Rusia, no vuelas como una ardiente troika que no se podría alcanzar? Pasas con estrépito entre una nube de polvo, dejándolo todo detrás de ti… ¿Qué significa esta desenfrenada carrera que inspira espanto? ¿Qué fuerza desconocida encubren estos caballos que el mundo no ha visto jamás?…Así vuela Rusia bajo la inspiración divina… ¿Adónde corres? ¡Responde! No hay respuesta”. No huye una persona: la patria se ha vuelto fugitiva.
Gógol murió en 1852, decepcionado de su obra. No llegó a entender la dimensión de su hazaña. Fundador de la novela irónica moderna, demostró que el humor reconcilia con lo que se detesta y cuestiona lo que se ama.
Ucraniano y ruso, se sintió incómodo en ambas nacionalidades y las celebró con la originalidad que sólo tiene un inconforme.
El país imaginado por Gógol no puede ser invadido: escapa siempre.
Juan Villoro .