viernes, julio 26, 2024

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Los dejaron calcinarse

por
Luis De La Barreda Solórzano

El video me produjo estupor, espanto y, sobre todo, me estremeció de indignación. ¿Cómo se pudo dejar que se calcinaran decenas de seres humanos a los que con una sencilla acción —abrirles la reja que los mantenía encerrados— se hubieran salvado?

Las imágenes muestran que, mientras se incendia la ergástula en que, recluidos bajo llave, se hacinaban los migrantes —las llamas ya eran notablemente intensas—, dos uniformados caminan tranquilamente alejándose de la escena. No les importó a esos guardias darse cuenta de que el fuego ya alcanzaba una magnitud considerable, por lo que los detenidos sufrirían si no les abrían la reja, una de las más crueles muertes imaginables o padecerían quemaduras que marcarían para siempre sus vidas.

Pudimos saber cómo sucedió la tragedia por la difusión de un video que el Presidente ya conocía cuando, sin hacer alusión alguna a la omisión criminal de los guardias, dijo que la tragedia había ocurrido porque los migrantes incendiaron un colchón. El video es la prueba irrefutable de que quienes estaban obligados jurídica y moralmente a poner a salvo a los prisioneros optaron por dejarlos a merced de las llamas.

¿Pretendía López Obrador que las muertes y las quemaduras múltiples quedasen impunes, como probablemente hubiesen quedado si el video no se difunde? El secretario de Gobernación reprobó que se difundiera. A ambos, por lo visto, les molestó más que se conocieran los hechos que los hechos mismos.

En su laaarga conferencia mañanera —de duración de dos horas cuarenta minutos—, llevada a cabo poco después de esa desgracia, el Presidente dedicó dos minutos veinte segundos para lamentarla. Su lamentación no le impidió reír varias veces durante su prédica. 140 segundos, ni uno más, dedicados a ese crimen masivo por omisión. A López Obrador le pareció que otros asuntos requerían mayor atención. Por ejemplo, dedicó muchísimo más tiempo a sus acostumbrados ataques al Instituto Nacional Electoral y al Poder Judicial.

Días después, el titular del Ejecutivo acudió a Ciudad Juárez, la ciudad donde tuvieron lugar los hechos, pero no a visitar a los lesionados, sino a un asunto electorero: una entrevista con los servidores de la nación. Al salir de esa reunión, un grupo de migrantes le pidió que los escuchara. El Presidente se negó: él sólo quiere escuchar aclamaciones, aplausos y odas, ridículas y serviles, como la que le brindó Layda Sansores.

Los secretarios de Gobernación y de Relaciones Exteriores, en campaña permanente por la candidatura presidencial, no dejaron de sonreír ante las cámaras el mismo día de ocurrida la desgracia. Como al Presidente, no parece haberles afectado demasiado lo sucedido: las víctimas no representaban votos, pues ni los muertos ni los quemados tenían la ciudadanía mexicana.

Ninguno de los migrantes estaba en esa prisión —albergue le llamó López Obrador— bajo la acusación de haber cometido un delito: a todos ellos se les detuvo porque vendían artesanías o pedían una moneda en la vía pública. Al ver que el fuego los alcanzaba y sentir que el calor aumentaba y la respiración se les dificultaba, los detenidos, desesperados, gritaron, patearon la reja que se interponía a su salvación, imploraron auxilio, rezaron, maldijeron, pero nadie los escuchaba: increíblemente se les había abandonado.

En su desesperación, en su miedo, en su angustia asomaba la esperanza de que se les abriera esa reja. ¿Por qué habrían de dejarlos en esa situación? No podían creer, porque sencillamente no era creíble, que los guardias del centro de detención del gobierno más humanista que ha tenido México, según los idólatras de López Obrador, los dejaran desamparados en ese averno, que les fuera aplicada, sin que se les hubiese acusado de delito alguno, la pena de muerte en la más atroz de sus ejecuciones, no prevista en ninguna de las legislaciones de los países que aún conservan la pena capital.

Los senadores de Morena, mayoría en el Senado, se opusieron a que fueran llamados a comparecer los secretarios de Gobernación y de Relaciones Exteriores. ¿Cómo se les iba a distraer de sus respectivas campañas por 40 migrantes muertos y 28 gravemente lesionados por el fuego, a quienes se negó el escape del infierno?

La manifestación de miseria moral no fue sólo de los carceleros que no quisieron abrir la reja.

Este artículo fue publicado en Excélsior el 06 de abril de 2023. Agradecemos a Luis de la Barreda Solórzano su autorización para publicarlo en nuestra página.

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