lunes, septiembre 16, 2024

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Ignorancia y negligencia en la Línea 12, efectos del populismo

Hace muchos años, cuando López Obrador era Jefe de Gobierno del DF, el escritor y editorialista Gastón García Cantú me brindó una caracterización del ‘populismo’: se trata de una manera de hacer política que busca poner en el centro de la acción política a la población más vulnerable.

Fotografía: Cuartoscuro

Ejemplificaba Gastón: López Obrador les ha dado dignidad a los viejitos porque con el dinero que les entrega, ellos recuperan un lugar en el seno de la familia, pues al menos pueden comprar sus medicinas, y con ello dejan de ser en parte una “carga” para la familia. Concluía Gastón: lo que ofrece el populismo es un valor esencial, el valor de la dignidad.

Me pareció que, como política de gobierno, podría dejar florecer la ética humanista, aquella que según Erich Fromm tiene como “el único criterio de valor ético el bienestar del hombre” (Ética y Psicoanálisis). Pero el presidente López Obrador se hace bolas con muchas palabras, aunque siempre termina siendo un embuste. Por ejemplo, cuando le preguntaron que si era ‘feminista’ respondió luego de un brevísimo titubeo: ‘soy humanista’. Nadie le cuestionó entonces ni ahora si esa toma de posición significaba una irreductible oposición con las mujeres feministas. Aunque…

Además, ha repetido en varias ocasiones sobre la moralización de la vida pública y no ha dejado de afirmar que ese es un instrumento de su gobierno, aunque hasta ahora no haya podido ser comprobada, si tomamos en cuenta las constantes contradicciones, por ejemplo, sobre el nepotismo suyo y de los suyos.

Además están sus “guías éticas” (de bajísima calidad conceptual) que nada tienen que ver con la función del gobierno. El Estado se rige por la ley, en cambio la sociedad se guía por la ética. La ley se impone, la ética se asume con convicción.

Según Castoriadis, el dominio de la heteronomía es la sumisión inevitable del individuo a las normas de otros (como las normas del Estado), mientras que la autonomía comprende la capacidad de establecerse a sí mismo las propias leyes o normas.

El Estado no puede meterse en la moral ciudadana. Se gobierna con la ley, incluso, cumplir la ley debería ser –eso sí– un imperativo ético; pero ya vemos cómo se las gastan en materia del cumplimiento de la ley en Palacio Nacional. Cuando el presidente dice en frecuentes ocasiones “que habla como ciudadano”, hace ver que no comprende ni uno ni otro dominio. Lo que presume es su honorabilidad y nos dice que ella está a salvo siempre…, siempre que él lo dice.

El bien y el mal, más allá de las palabras

Lo que hemos presenciado a raíz de desplome del Metro de la Línea 12 es el desplome ético y político de la 4T, que aún enarbola su lema de la “esperanza de México”.

La tragedia de la Línea 12 del Metro ha puesto en el punto crítico de la mirada ciudadana la política de austeridad del gobierno federal y, también, el de Ciudad de México. Pero no solo ello.

Ha puesto en entredicho la bondad de frases que se repiten como si fueran mantras en Palacio Nacional: los que trabajan en el gobierno de la 4T, tienen 90 % de honestidad y 10% de capacidad; hay que hacer más con menos; gobernar no tiene chiste, cualquiera lo puede hacer…

Pero sobre todo echa por tierra esa idea repetida obsesivamente de que todos males del presente son producto del pasado, idea que remata con la falsedad del “no somos iguales”. Esta frase, por contraste, quiere decir: “nosotros somos moralmente superiores”.

Sin embargo, las muertes y mutilaciones en el Metro tendrían que ser el epitafio de toda esa visión que, hoy lo sabemos con mayor contundencia, es solamente un cúmulo de engaños, pifias y simulaciones. De humanismo, nada, nada.

Sin el menor asomo de rubor, Claudia Sheinbaum ha defendido: “Es falsa la idea de que es por un asunto de austeridad; no tiene absolutamente nada que ver”. Y ha refrendado –a unas horas de la tragedia que enluta al menos a 25 familias– que el proyecto político de López Obrador solo busca que se disminuyan o eliminen los gastos suntuarios del gobierno, pero no los esenciales. ¡Ah…! ¡La terca realidad! O como decía Lenin: los hechos son tozudos.

Resulta que la Cuenta Pública entregada al Congreso capitalino en estos días precisa que de los poco más de 14,878 millones de pesos aprobados para el Sistema de Transporte Colectivo sólo se ejercieron 14,290 millones 510,604 pesos. (Información de El Economista).

Cuando salen a la luz pública esos datos sobre el Metro, y que nos indican –no del pasado neoliberal, sino del presente– la existencia de un subejercicio presupuestal tan grande (de 587 millones 855,933 pesos) y que no se ha usado para preservar del funcionamiento del Metro, ¿qué hace Sheinbum? Simplemente lo niega. Así de fácil, así de inmoral. ¿Así es como piensan que hacen historia?

Aunque sí hay antecedentes de lo anterior, puesto que se sabe desde hace tiempo que la Línea 12 del Metro presentó deficiencias, detectadas prácticamente desde que inició operaciones hacia el final del gobierno en la Ciudad de México del hoy canciller Marcelo Ebrard. Desde ahí empezaron las fallas humanas, es decir, las que tienen que ver tanto con la ley como las éticas. Nadie fue llamado a rendir cuentas ante la ley por el hecho de que dichas fallas parecían implicar un fraude, en una obra cuyo costo superó los 22 mil millones de pesos.

Se recuerda el escándalo que surgió a raíz de que Peña Nieto le dijo a Rosario Robles: “No te preocupes, Rosario”. No faltó quien dijera que era una señal de impunidad para la entonces funcionaria. Hoy, el presidente Obrador le dice sin titubear y con extraordinaria rapidez en las palabras: “toda mi solidad con la Jefa de Gobierno”. ¿Hay alguien que vea en eso signos de impunidad? Según la semántica de la directora del Metro, se podría decir: “Es que ella solo es la Jefa de Gobierno”.

Con todo ello, López Obrador reafirma un síndrome que lo afecta cada día más y aumentará si los resultados electorales no son a su gusto. Es el trastorno narcisista, que es manipulador, explotador, engañoso, tiránico, hostil, agresivo y sin empatía cálida. Está convencido de que todo se lo merece y mantiene la permanente sobrevaloración de sí mismo (ver, Jean-Fracois Marmion, El triunfo de la estupidez, Planeta, p. 179).

Indolencia sin dolor

La indolencia es el “vicio” opuesto a la virtud de la llamada “diligencia”. El término recubre varias significaciones. En primer lugar, representa una falsa humildad, esa falsa humildad que vemos cuando se habla –en boca del presidente– de que la gente debe usar y conformarse con un par de zapatos (¡No’más eso faltaba, si solo tenemos dos pies!), y esto lo sentencia aquel que habita a todo lujo en… ¡un palacio!

Seguramente el presidente López se sentirá muy orgulloso de pernoctar, comer y hablar allí, en la casa donde vivió Benito Juárez; pero bien que se calla que ahí también vivieron los virreyes (los representantes de la tan odiada corona española). En segundo lugar, la palabra se refiere a otras señales que van dejando su estela –¿de luz?– en la trayectoria de la 4T.

Una cosa nos quedó en claro: el presidente mostró que realmente no le afecta o no le conmueve lo que ocurre en la vida de los demás. Al día siguiente de la tragedia, cuando la conferencia mañanera debería estar destinada a dar condolencias y posponer cualquier otro tema en señal de respeto por los fallecidos y sus familiares, el presidente solamente mencionó una sola vez la palabra ‘Metro’, mientras que Sheinbaum la pronunció 5 veces (según divulgó Adela Micha en su noticiero en Imagen TV).

¿El presidente usó una corbata negra? No. ¿Mostró empatía con las familias afectadas? No. Solo dio prioridad a la solidaridad con la Jefa de Gobierno, antes que a las familias. ¿Canceló eventos o los hizo con mayor discreción? No. Continuó como si nada hubiera sucedido.

La indolencia y la falta de empatía no es reciente en López Obrador. En 1996, en Villahermosa, Tabasco, cuando había inducido la toma 51 pozos petroleros, daba una entrevista al Canal 13 de televisión. En ese momento llegaron personas, angustiadas, a decirle que habían detenido a varios “compañeros” y los habían encarcelado; AMLO solo preguntó que si estaban heridos. Le dijeron que no, y él pidió tranquilamente que continuara la entrevista. Ya sabemos, la prioridad es él, sus obsesiones y sus ideas fijas. Lo demás es lo de menos. En el pasado se sentía justiciero, en el presente… solo es el presidente.

Ha quedado claro que el populismo es una tendencia política que sobrevalora –en el discurso– al pueblo y le tiene tirria a todo aquello que no sea “del pueblo”; por supuesto, según una determinada versión de ‘pueblo’. Por eso el gobierno de la 4T exhibe manifiestamente un enorme desprecio por el saber científico y tecnológico, considerando que es un producto pequeño burgués.

No deben quedar en el olvido las palabras dichas públicamente y con enorme desenfado por la directora del CONACYT, María Elena Álvarez-Buylla Roces, cuando señaló que la vacuna mexicana “Patria” sería hasta 855% más barata que la de mayor costo en el mercado. Así, sin más. ¿Así creen que hacen historia…? ¿Qué tipo de historia?, nunca lo aclaran, pero ya se va viendo.

La tragedia del 3/5 resume, dolorosamente, una vez más que la ignorancia se dispensa siempre que seas de su club y ante cualquier falla o error todo se perdona y olvida. Ya estamos acostumbrados a ver constantes errores en el uso de la gramática, de los datos históricos, incluso la confusión de nombres, cuando de la comunicación gubernamental se trata.

Pero el tema de la falta de mantenimiento en las instalaciones del Metro ha rebasado cualquier otra pifia anterior, porque ha terminado con el fallecimiento de mujeres, hombres y niños, y con personas que estarán lisiadas de por vida. Se repite desde las filas del sindicato de trabajadores del Metro que el personal especializado, que insistía en el mantenimiento urgente, fue despedido ante sus exigencias derivadas de temas de ingeniería. ¿Es eso humanismo?

Propaganda es realidad

La tragedia dejó en claro otro asunto: el empleo faccioso de la información. Cuando ocurrió la matanza de los estudiantes durante la noche del 26 de septiembre y la madrugada del 27 de septiembre del 2014, en el que las policías municipales de Iguala y estatal de Guerrero persiguieron y atacaron a estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa, la consigna mediática sentenció: “Fue el Estado”.

Consigna que sirvió como instrumento de ataque –eficaz– contra el gobierno del PRI. Se puso en marcha todo un aparato mediático para denostar y levantar la idea de un gobierno criminal, de un Estado asesino.

En cambio, hoy ese mismo aparato mediático solamente se ha concretado a una endeblísima defensa del gobierno y a atacar a los panistas imprudentes que fueron al lugar de los hechos. Ha quedado demostrado que el aparato mediático únicamente sirve para destruir, denostar, odiar, pero no para construir, razonar, conciliar. No está eso en las fibras publicitarias de Epigmenio Ibarra, quien no tiene otra actitud que la destructiva, salvo en sus producciones comerciales para el público neoliberal que tiene acceso a Netflix.

Les va resultar difícil manipular la imagen de negligencia que implica la responsabilidad del Estado en la tragedia del 3/5. La negligencia es un signo que acompaña ya al gobierno de López Obrador y de Sheinbum. Porque el descuido, la omisión o falta de atención de sus deberes para con la población no podrán ser borrados por ninguna propaganda mentirosa.

Ser gobierno implica disponer conforme a la ley de los recursos públicos. Ninguna medida de austeridad puede estar por encima de la vida de las personas. El derrumbe de una sección del Metro ha dejado en claro cuál es el empleo político del presupuesto, que ha dejado sin medicinas a la población y sepultado a los fideicomisos que estaban fuera de las manos del gobierno. Quizá sea la tumba del populismo de Morena.

Tal vez para muchos sea una desilusión. Lo que creyeron verdadero ha resultado tan solo una ilusión, un espejismo, un hechizamiento de los medios y las otrora benditas redes.

La tragedia de una trágica estación del Metro capitalino hará ver la irrealidad y los costos que la austeridad –en realidad, el desvío de fondos– tiene para la población, por la pérdida de vidas. No sabemos ahora sus alcances.

Lo que sí me queda claro es que el populismo es una cosa ideológica y otra la realidad actual y el sentimiento que se exuda desde Palacio Nacional. García Cantú no vivió para conocer este otro lado oscuro.

Walter Beller Taboada

walterbeller@gmail.com

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