un poquito de gracia, con alguna de sus virtudes. La verdad es que de los presidentes de la segunda mitad del siglo XX, este veracruzano es de los que más gracia tenía, también era más frívolo, pero no por eso su presidencia fue intrascendente, ni mucho menos. Otros ha habido que han aparentado gravedad y han sido en realidad sólo intrascendentes.
Ha pasado más de medio siglo desde que la marimba ocupara el centro de las reuniones sociales organizadas por la Presidencia de la República. Me pregunto si ha cambiado mucho nuestra lista de requisitos para ser presidente. Lo primero que se me ocurre es que si en 1946 la élite política cantaba “Para ser presidente se necesita…”, ahora lo que canta con el país entero, es Se necesita presidente
.
Volviendo a La Bamba, ¿qué tanto han cambiado los requisitos para ser presidente? La respuesta es: mucho, porque para empezar se necesitan votos, mientras que hace medio siglo ése era un requisito secundario, hoy, una mayoría de votos creíble y legítima, es una condición inescapable para ser presidente. Luego, al igual que entonces, se necesita un partido. En estos momentos estamos en desventaja frente al pasado, porque si Alemán construía el PRI, el candidato priísta de hoy se ha empeñado en desarmarlo, siguiendo los pasos del líder panista, Ricardo Anaya, quien para alcanzar la candidatura presidencial macheteó al PAN; lo mismo que hizo hace años Andrés Manuel López Obrador con el PRD. Según ellos, no necesitan una organización identificable con una estructura y una identidad, porque quieren ser todo para todos. La verdad es que los argumentos antipartido que se han manejado no me quedan muy claros, porque los partidos son un apoyo central de todo proceso electoral, dado que organizan el voto a partir de las preferencias políticas que ellos mismos han generado en el electorado. En cambio, la sociedad civil a la que pretenden representar los candidatos presidenciales es un espacio neutral que no ofrece una opción política.
Cuando la coalición que encabeza el PRI introduce a José Antonio Meade como el candidato de la sociedad civil, no está diciendo nada. No informa quién es él, qué propone o cuáles son sus afinidades políticas, más allá de que se acoge a los efectos sanitarios de la noción de la purísima sociedad civil
. Lanzarlo como candidato de la sociedad civil lo único que revela es que no viene del PRI, y que el antes orgulloso partido de la Revolución no quiere que los votantes identifiquen a su gallo como priísta porque deben pensar que, dadas las truculentas historias recientes de los priístas en el poder, hacerlo es el beso de la muerte. No obstante, creo que no hay riesgo de que se confunda a Meade con un priísta, pues muchas fueron las instancias en que dejó bien claro que no lo era, y que no le interesaba serlo; pero es de sabios cambiar de opinión y de partido.
Hoy más de un político cree que para ser presidente no se necesita una identidad política definida. La experiencia reciente sugiere que tampoco se necesita una gran capacidad oratoria ni mucho vocabulario, altura de miras o imaginación, para eso están la tecnología de la comunicación que disimula con una buena imagen problemas de verbalización; así como los asesores y las muchas consultorías que han surgido y se han multiplicado como champiñones en el espacio de la sociedad civil.
Para ser presidente en 2018 no se necesita capacidad de empatía ni programas de gobierno, para eso están los encuestólogos que les murmuran al oído a los candidatos lo que quieren oír. Tampoco se necesita integrar un buen equipo. Basta con mezclar a políticos de los más diversos orígenes y trayectorias, mientras más diversos mejor, y si se pierden en el monólogo propio nadie lo notará, o percibirá la imposibilidad de que conversen entre sí. De todas maneras lo que importa es cómo se ve un conjunto multicolor. Casi da vergüenza. Han bajado tanto nuestras expectativas que sabemos lo que no se necesita para ser presidente, pero no sabemos que lo que se necesita, sólo que un poquito de gracia nunca sale sobrando.
La Jornada Soledad Loaeza