En muchas comunidades en que la violencia está siendo incontrolable, los sacerdotes están jugando un papel estratégico, andan entre su compromiso y una obligación ética y moral.
No solamente lo hacen porque la gente se les acerca y encuentra en la Iglesia un refugio, sino también porque más de algún prelado se ha convertido en intermediario con la delincuencia organizada.
Empieza a ser común que algunos sacerdotes se reúnan con representantes de los cárteles para pedirles que no ataquen a la población o que no se enfrenten con otros cárteles en las ciudades y que no dejen los muertos tirados en las calles. Salvador Rangel, obispo de Chilpancingo-Chilapa, nos decía irónicamente que “se siguen matando, pero ahora dejan a los muertos en las afueras de la ciudad”.
El tema es de gran preocupación para el Vaticano. En varias ocasiones lo han hecho saber porque en sus diagnósticos han encontrado no sólo el gran riesgo entre la comunidad católica, sino también el de los sacerdotes.
La visita que realizó el nuncio apostólico a Aguililla, Michoacán, hay que verla en lo que el Papa ha referido a través de personajes cercanos sobre lo que se está viviendo en muchas comunidades mexicanas.
La visita no cambió muchas las cosas. Se convirtió en un espacio de paz y el nuncio pudo escuchar directamente los innumerables problemas de la gente, lo que le permitió tener un mejor diagnóstico que, hasta donde se sabe, lo compartió con el Gobierno.
Habrá que ver si las mesas de diálogo que se están organizando ofrecen resultados, como están los escenarios no se ve que en el corto y mediano plazo la zona pueda transformarse.
Por el peso y fuerza de los diversos cárteles de la droga no se vislumbra que las cosas se atemperen o bajen de intensidad y más aún con la política oficial en la materia, nos vamos ir hasta el final del sexenio con “abrazos no balazos”, recordando al Presidente “aunque se burlen”.
Sigue en la agenda la visita del Presidente a Aguililla. No pareciera que no se haya hecho por falta de voluntad, sino porque no hay condiciones para ella. Si bien la visita del nuncio fue preparada y negociada, también es cierto que en su carácter de representante del Papa se pudieron crear condiciones favorables.
Los sacerdotes no pueden pasar por alto lo que ocurre en sus diócesis. Son testigos directos de lo que vive la comunidad y en muchos casos ellos también son amenazados y atacados.
Algunos se involucran no sólo por lo que representan como religiosos, sino también porque no pueden dejar pasar las cosas. Hay también quienes lo hacen con plena conciencia de lo que se está viviendo y se comprometen e involucran tratando de ayudar al máximo a la gente.
No pueden dejar pasar lo que está sucediendo, sobre todo, por la demanda de la población que pide y exige seguridad. La gente se les acerca pidiéndoles ayuda, porque ya está visto que en algunas comunidades de Guerrero, Michoacán, SLP, Zacatecas y Jalisco, entre otras, no hay manera de evitar la violencia de parte de la delincuencia organizada.
Como se ha venido presentando en otras comunidades del país, particularmente en el norte, mucha gente se está viendo obligada a desplazarse de sus lugares de origen. Se calcula que entre 500 y 600 familias han salido de la llamada zona caliente de Michoacán, en la mayoría de los casos se han dirigido a pequeñas comunidades en Colima donde han encontrado a familias de otros estados, lo que incluye colimenses.
El panorama no puede ser más difícil. Sacerdotes en riesgo, violencia en las comunidades, familias desplazadas, “abrazos no balazos”, condiciones económicas desfavorables y, para cerrar, dolor y tristeza.
RESQUICIOS
La respuesta del presidente cubano Díaz-Canel pidiéndole a los revolucionarios “tomar las calles y enfrentar las provocaciones” es probable que refleje su diagnóstico de lo que puede pasar en la isla; es el embargo, pero también es la pandemia, la ausencia de libertades y los derechos humanos.
Javier Solórzano